24 mayo 2014

La hazaña de ser madre

(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos)

Una vieja película, filmada en el ya remoto año de 1987, trata de contar la historia de una mujer que, por accidente, acabó convirtiéndose en madre. Aunque esa es la sinopsis que aparece en Netflix, lo que al final relata es el enorme esfuerzo que tienen que hacer las mujeres para tratar de ser valientes en un mundo dominado por la cobardía de los hombres.
El filme se llama “Baby Boom” y su protagonista es Diane Keaton, quien interpreta a J.C. Wiatt, una exitosísima mujer de negocios en un Nueva York que empezaba a prepararse para la revolución digital. Era tan competitiva y agresiva, que le llamaban “La Tigresa”. Tanta era su ambición, que los dueños de su compañía habían decidido convertirla en socia.
De eso trata una de las primeras escenas, donde le preguntan si está dispuesta a trabajar de 80 a 90 horas a la semana. Ella, con fiereza, acepta. Nada del mundo real la distrae, ni siquiera su pareja, con quien resuelve el acto sexual como uno de los tantos trámites a los que se enfrenta en su vida cotidiana, en unos pocos minutos.
Pero un accidente que ocurrió a miles de kilómetros de ella, en Inglaterra, tuvo un radical impacto en su vida. Un primo que había visto una sola vez murió junto a su esposa en un accidente y, lo que era más sorpresivo aún, había hecho un testamento donde le dejaba una herencia: su pequeña hija.
Al principio les dije que J.C. Wiatt acumulaba éxito tras éxito en el mundo de los hombres, donde por lo regular no hay niños. Por eso sus jefes ponen una terrible cara de espanto cuando la ven llegar con una rubita británica entre los brazos. “¡Yo ni siquiera sé cuántos nietos tengo!”, le reprochó el que más esperanzas había cifrado en ella.
No les quiero contar la película, pero se hace obvio que perdió el trabajo y cayó de una patada en el lugar que, según los hombres de éxito, le corresponde a las mujeres que no quieren parecerse a ellos. También al principio les dije que era una mujer muy competitiva y agresiva. Omití un detalle importante: también era muy valiente.
Conozco a muchas más madres valientes que a padres valientes. Si algo precisa de coraje, intrepidez y bravura, es criar hijos es un mundo que hace cada vez más difícil esa labor. Muchos de los deberes actuales se pueden resolver a través de una aplicación o, cuando menos, haciendo click en un ícono. En cuanto a los hijos, solo se han resuelto los pañales desechables y las fórmulas enlatadas. Todos lo demás hay que hacerlo igual que en el siglo XIX.
En el mundo de los hombres de éxito, esos que construyen de una manera obsesiva un capital, algo tan simple como contribuir a formar la capacidad intuitiva y el sentido común de los hijos, resulta una distracción poco rentable y prefieren delegarlo en alguien.
“Baby Boom” habla de la sociedad norteamericana de finales del siglo XX. La sociedad dominicana actual no está muy lejos de ahí. Una doctrina substancialmente conservadora y machista sigue rigiendo en la mayoría de su ámbitos.
Las madres dominicanas que han logrado el éxito profesional, lo han tenido que hacer con el triple de esfuerzo y desempeño que los hombres, aunque no sean padres. Viendo a Diane Keaton en la pantalla, reconocí los rostros de muchas madres dominicanas que admiro mucho.
Hablo de esas mujeres que no se han dejado devorar por unas concepciones morales que las persiguen todo el tiempo, como en una pesadilla. A ellas, a esa valientes mujeres que libran día a día una batalla campal contra la cobardía discriminatoria, nunca bastará con que le dediquemos un párrafo o un Día.
Sus hazañas son su verdadero premio.

23 mayo 2014

Apat(r)ía

Siempre tengo deseos de volver a Cuba. Desde el año 2000, en que me fui, no se me quitan las ganas de regresar a mi país. En 2011, cuando por fin volvimos, los 15 días que estuvimos allí no nos alcanzaron; ni a mí ni a Diana Sarlabous. 
Cuando Marianela Boan y Alejandro Aguilar nos dijeron que viajarían a La Habana a finales de mayo, trataron de convencernos para que fueramos con ellos. Diana y yo nos miramos y bajamos la cabeza al unísono: ninguno de los dos tenía deseos de volver. 
Sospecho que es un estado de ánimo, alguna patraña de la desilusión. Pero lo cierto es que no me entusiasma estar en la Cuba de ahora mismo. No puedo explicarlo, es una extraña apat(r)ía. Aun así, quiero que Ale y Marianela disfruten la mejor Habana de todas, que sean todavía más felicies de lo que ellos se merecen. 
En El Bohío, en el corazón de Santo Domingo, hay dos abrazos esperando por ellos.

Publiqué este pequeño post en Facebook, a las 11:40 a.m. Unos 21 minutos después, Wichy García Fuentes escribió en su muro un comentario relacionado con él. Fueron sus palabras y no las mías las que me animaron a transportar ambos textos para El Fogonero.

"Apatría: término acuñado por el poeta Camilo Venegas, que define la desidia ante la posibilidad de permanecer en (o visitar a) la patria, sin dejar de tenerla presente. Queda establecida la diferencia entre "apátrico" y "apátrida". Apátrico es aquel que ama a su nación, pero que, por razones ajenas (las razones del apátrida serían irremisiblemente propias) evita el contacto con esta".
                                                                                                             Wichy García Fuentes

22 mayo 2014

La libertad del hijo que nadie quiso

Ángel Santiesteban dice adiós desde una prisión de La Habana. (Foto: 14yMedio)
En una entrevista que le hizo Amaury Pérez, en junio de 2011, Silvio Rodríguez admite que siempre disfrutó de libre acceso a internet en Cuba. Fue en una pregunta acerca de su blog. Según él, estaba navegando en una web que le habían recomendado cuando advirtió que en la parte superior había una preguntica: ¿Quiere hacer un blog?
—Pinché y me abrió una página —cuenta el trovador—. Ponga su nombre, puse el nombre. Pinche aquí. ¡Ya usted tiene un blog! No, espérate, no puede ser así. Y fue así. Entonces hice un primer escrito, que le llaman post en el mundo de los blogs, y ya, y de pronto empezó a meterse gente, a decir cosas, a dar opiniones, a participar y bueno, de pronto ya hay más de…
Esa experiencia tan simple está vedada para la inmensa mayoría de los cubanos. Si a Silvio, que ha viajado el mundo entero y ha disfrutado dentro de la dictadura de toda clase de privilegios, llegó a sorprenderlo, imaginen cómo será para los cubanos comunes y corrientes, esos que solo tienen acceso a la zona más asfixiante de su realidad.
En 2008, Ángel Santiesteban vivió unas semanas en mi casa de Santo Domingo. Esos días nos sirvieron para poner al día nuestra hermandad, que es fruto de una amistad que tuvieron nuestras madres en su infancia. En algún momento, hablamos de la gran revolución que se estaba produciendo con la web 2.0 y las redes sociales.
Al principio le costaba trabajo entender eso de que la comunicación había dejado de ser un monólogo y se había convertido en un diálogo plural. Luego hicimos una larga exploración por los blogs de asuntos cubanos. Discutimos largamente sobre una sola pregunta: ¿para qué sirve tener una bitácora en un país donde nadie o casi nadie tiene acceso a Internet?
Minutos después nació la idea de Los hijos que nadie quiso. Luego, desde la distancia, empecé a ver cómo aquel “juego”, en manos de Ángel, se fue convirtiendo en un admirable acto de fe. Post tras post, el escritor fue colgando todas las verdades que llevaba por dentro… hasta que fue condenado.
Mientras Silvio presta su blog a los más retorcidos conservadores de su generación y lo pone al servicio de espías y perseguidores de cualquier nacimiento; Ángel solo lo hizo para un final y eso le costó ir la cárcel. Desde entonces, el hijo que nadie quiso disfruta de una gran libertad tras las rejas.

18 mayo 2014

Una frase de Arturo Arango

Trabajé en La Gaceta de Cuba mucho menos tiempo que en la mayoría de los empleos que he tenido, tanto en Cuba como en el exilio. El salario que recibía allí es irrisorio comparado con lo que he llegado a ganar después. Sin embargo, nunca le he echado de menos a ninguna oficina como a los escasos metros cuadrados donde laboré junto a Norberto Codina, Arturo Arango y Omar Valiño.
Lo poco que sé de edición de textos se lo debo a La Gaceta y al legado que dejó en esa revista Leonardo Padura. Todavía escribo, edito y corrijo según las reglas que seguíamos en aquella publicación. Por donde quiera que paso hago cumplir las mismas normas. Mis vínculos con esos tipos llegaron a ser familiares y Diana, mi mujer, es testigo de cuánto les echo de menos.
He sufrido las distancias entre nosotros. Eran gente muy entrañable para mí y, de golpe, a partir de noviembre de 2000, me empezaron a quedar cada vez más lejos. Con Arturo la separación ha sido aún más aguda: Hace ya dos años que le hice una solicitud de amistad en Facebook y aún no la ha aceptado.
Sin embargo, hoy, domingo 18 de mayo de 2014, una frase suya me ha alegrado el día. La he repetido en Twitter, por email y en al menos tres conversaciones: "El precio de la libertad de Cuba no puede ser el sacrificio de lalibertad de los cubanos", dijo Arturo, saliéndole al paso a los talibanes que se han confabulado contra Padura y su limpia defensa del derecho a decir lo que se piensa, simple y llanamente.
Por la razones más absurdas, Arturo Arango y yo no nos hemos podido ver en las pocas oportunidades que hemos tenido de hacerlo. Hace 14 años que no le doy un abrazo. Hoy, justo hoy, hubiera querido aparecerme en su casa de Cojímar, con Norberto y Omar, con Diana y Yilian. Al menos por mí valdría la pena, ¿verdad, Gise?

17 mayo 2014

Cemento crudo

El cemento crudo, a 10 pisos de distancia de la hierba,
de la tierra húmeda donde permanecen,
aun en este país,
aquellas flores silvestres
que describió Whitman en invierno.
Estás con los brazos abiertos
al mar que se divisa a los lejos,
con los ojos clavados
en el horizonte de una ciudad
donde las cosas se oyen antes de verse.

El cemento crudo, a 10 pisos de distancia de la hierba,
frente a la luz ostentosa de este lugar,
es un bosque,
la ladera de una montaña,
una pequeña choza junto a un lago,
un camino de hielo
sobre un abismo de mil metros,
la roca de polvo
que levantó el mar
cuando llegó a Montecristi.

Aquí arriba mis palabras también son muy simples,
aún más simples que las de Walt,
sobre todo cuando hablas de la felicidad
como si estuvieras a la orilla del Baikal
y este verano irremediable fuera más frio
que la noche de la taiga en el fondo de enero.

El cemento crudo, a 10 pisos de distancia de la realidad,
es todo lo que necesitamos para esperar a las aves,
a los amigos, a los nietos y a la vejez.
Respirando esas nubes que bajan del Cibao
para irse a morir al Caribe.
Respirando esas nubes quiero desaparecer,
con los brazos abiertos
al mar que se divisa a los lejos.

16 mayo 2014

Una docena de croquetas

En 1997, un día como hoy, alrededor de las 10 de la mañana, subí hasta casa de Cintio Vitier y Fina García Marruz. Vivíamos muy cerca, en El Vedado, y ambos le encargábamos croquetas a Oraida, una vecina que lograba hacer magia con los chicharros, el único tipo de pescado que aparecía en la Cuba de entonces.
—Cintio y Fina también me encargaron una docena —me dijo Oraida con las manos llenas de pan rallado— ¿se las puedes llevar?
Fue Cintio quien me abrió la puerta. Siempre que llegaba a su casa me recibía con un chiste o una frase burlona. Ese día fue la excepción. Había tanta tristeza en el interior de aquella casa que se podía respirar. Desde la cocina, Fina preguntó quién era.
Como Cintio no respondió, ella salió para averiguar. Como casi siempre, venía secándose las manos en el delantal. Solo que esta vez no traía su sonrisa llena de dientes, en su lugar había una expresión de mucho dolor y los ojos muy rojos, como evidencia del llanto.
—Caramba, Camilo —me dijo Fina— ¿Ya supiste, no?
—No, no sé —respondí confundido—. ¿Qué pasó?
—Murió Gastón —dijo Cintio, mientras quitaba el estuche de su violín de una butaca para que Fina se sentara.
Siempre que iba a esa casa conversábamos sin parar. Los temas iban pasando, uno detrás de otro, como un largo tren de carga. Esa vez, en cambio, permanecimos un largo rato sin decir nada. Cintio y yo de pie, junto a la réplica del machete de Máximo Gómez; Fina, sentada, hundió la cara en sus manos y no la volvió a sacar.
Ese es mi recuerdo del día en que murió Gastón Baquero. Cuando volví a mi casa, todavía llevaba en las manos la docena de croquetas.
(Santo Domingo, 15 de mayo de 2014)

15 mayo 2014

Salmonalipsis Now

De niño tuve muchos libros. Cuando mi madre salía de su trabajo, en la estación de ferrocarril de Cienfuegos Carga, pasaba por la librería Dionisio San Román. A menudo me compraba algo para no llegar a casa con las manos vacías.
Recuerdo que uno de aquellos libros relataba cosas asombrosas en la vida de los animales. Gracias a él supe de los salmones. En una de las ilustraciones se les veía saltar con temeridad sobre las rocas, río arriba, en busca del último amor de sus vidas.
Aquel libro marcó mi infancia. Ya en el exilio, uno de los primeros discos que me compré fue El salmón, de Andrés Calamaro. Desde entonces llevo conmigo estos dos versos: “Siempre seguí la misma dirección/ la difícil, la que usa el salmón”.
Soy un campesino del Paradero de Camarones, un lugar donde los peces más grandes son las biajacas, que llegan con los aguaceros de mayo y se esfumaban en cuanto empieza la seca. Por eso veo al salmón como una figura mitológica y leo todo lo que encuentro sobre él.
Hoy, caminando por Facebook, me encontré con este post de Ileana Medina Hernández, una pinareña que vive en Santa Cruz de Tenerife. No tiene título, por eso le presté el de la antología que resume el célebre disco de Calamaro:

“La industria del salmón:
Los salmones nacen en una bolsa de plástico. Se crían en tanques. Luego van por una tubería hasta el mar abierto, donde se juntan con los salmones salvajes.
Allí viven su adultez. Luego se pescan y se venden todos como salmones salvajes.
Nada los diferencia. El mismo aspecto, la misma conducta, hasta las mismas "propiedades organolépticas".
Hacen la misma vida los salmones criados que los salmones salvajes. Nadie puede distinguirlos.
Solo hay una sutil diferencia: a la hora de reproducirse, los salmones criados no saben, no pueden, no quieren”.
                                                                                                       Ileana Hernández Medina

14 mayo 2014

Gordos y flacos



Tenemos una perra. se llama Laika II y es una bóxer blanca. Laika I fue la compañera de mi infancia. Era hija de la pastora alemana de Chena con un héroe anónimo. Nunca se supo cuál de los tantos perros satos del Paradero de Camarones fue capaz de montar aquella belleza teutona.
Hoy Diana se quejó de que todos los días le comento lo mismo. Poco antes del primer café le pregunto si Laika II está flaca o gorda. “Has convertido el peso de la perra en una obsesión”, fueron sus palabras. Entonces tuve que explicarle que vengo de un lugar donde teníamos dos unidades de medidas básicas.
Gordos y flacos, para la salud. Lluvia o seca, para todo lo demás. De eso hablaban nuestros viejos cuando se reunían en el Bar Arelita, justo antes de que anocheciera: “Chico, qué bien está Rao, vino cebao de La Habana”; “en cualquier momento la yegua de Isidro cae redonda, está muerta de flaca”, “si sigue esta seca voy a perder el arroz”, “estos aguaceritos me van joder los frijoles”…
Aunque luego conocí muchas otras unidades de medida y he tendido que ser parte de culturas muy diferentes, en el fondo me sigo comportando como aquellos individuos. La inmensa mayoría eran canarios, unos pocos asturianos, dos o tres gallegos, una sola familia de mulatos y una pobreza unánime, que lo unificaba todo.
Mientras bajaba a la calle, para que Laika II hiciera sus necesidades, iba pensando en estas cosas. Siempre me quedo rezagado y la dejo avanzar sola hasta un pequeño yerbazal lleno de tomeguines. Ella, en vano, trata de darle alcance a una de las tantas aves que hay allí. Yo, feliz por otro amanecer dominicano, me concentro en el peso de mi perra.
—¿Está más flaca o ha engordado? —me pregunto a mí mismo.

11 mayo 2014

El cinismo de Mariela Castro tiene forma de arcoíris

Mariela Castro es la hija de un dictador. Ella significa para los cubanos lo mismo que Angelita Trujillo para los dominicanos. Sin embargo, en República Dominicana se le recibe como una luchadora por los derechos de los reprimidos, justo a ella, heredera de la familia que más reprime en el Caribe actual.
Hace apenas una semana, Pablo Milanés ofreció un concierto memorable en la Feria del Libro de Santo Domingo. Asistí junto a Diana, Alejandro y Marianela. Muchas canciones hicieron que nos abrazáramos y que gritáramos frases de felicidad y orgullo.
Más de una vez lloramos. Aunque era una actuación en vivo, por momentos creí estar viendo una película donde se escuchaba la banda sonora de nuestras vidas. Cuando salíamos del teatro, tropezamos con Mariela Castro y su séquito. Entonces algo se volvió a retorcer dentro de mí.
Acompañaban a Mariela algunos personajillos de la izquierda más caricaturesca y Juan Astiasarán Ceballo, el embajador de Cuba en República Dominicana, quien ha protagonizado ya varios incidentes donde ha sacado a relucir su vocación para la intolerancia y la represión. Aún en suelo ajeno, sin el más mínimo pudor, se comporta como un típico esbirro.
Luego, caminando por la Feria, descubrí que Mariela Castro tenía un stand.  La hija del vecino dictador puede darse un lujo que para los gays y las lesbianas dominicanas esta vedado: tener un espacio propio dentro del recinto ferial.
De Santo Domingo, Mariela se fue a Varadero, a la VI Conferencia Regional de la Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans e Intersex para América Latina y el Caribe (ILGALAC), donde encabezó una marcha junto al Che Guevara de los gays.
Pero ese frívolo homenaje al gran homofóbico que fue Ernesto Guevara no es lo más incomprensible de la ILGALAC. Hay algo peor aún: la declaración final. En un país donde se va a la cárcel por pensar diferente, donde los opositores son perseguidos brutalmente y donde está prohibido hasta el acceso libre a Internet, los gays y las lesbianas —según Mariela— se desvelan por otras cosas.
A la ILGALAC lo que realmente le preocupa es el fin del embargo a Cuba, la liberación de los tres espías presos en Estados Unidos y el respaldo al gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela. El cinismo tiene muchas formas de expresión, pero en la Cuba del tío y el padre de Mariela ha llegado al extremo de representarse a través de un arcoíris.
Es la hija de un dictador, pero se le recibe como una luchadora por los derechos de los reprimidos… ¡justo a ella!

10 mayo 2014

La austeridad, ni porque está de moda

(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos)

La vida simple se ha puesto de moda. Las más importantes editoriales cada vez publican más libros sobre el tema. Después que el mercado colapsó por el desenfreno neoliberal, muchos por fin entendieron. No es una casualidad que el nuevo icono del automovilismo sea el Fiat 500, un austero clásico de la post guerra europea.
Incluso las capitales del derroche, ciudades como Nueva York, Dubái o Las Vegas, se han llamado a capítulo y le han dado un pequeño giro a su razón de ser. Como si no quisieran desentonar en un mundo que ha entendido la gravedad del asunto y comienza a pasar de las palabras a los hechos.
Por eso llama tanto la atención que en República Dominicana, un país pobre, que apenas exporta y que importa la mayoría de los bienes que consume, una pequeña élite de políticos y empresarios derrochen tanto y exhiban sin el más mínimo pudor la trivialidad de sus lujos.
En su libro “El precio de la desigualdad”, el Premio Nobel de Economía Joseph E. Stiglitz asegura que el 1% de la población mundial tiene lo que el 99% necesita. En Santo Domingo esa cifra puede llegar a ser aún más dramática, porque Naco y Piantini significan menos del 0.9% de la gran ciudad.
Hace una semana concluyó la Feria Internacional del Libro. Además de representar cabalmente el poco aprecio por la lectura de los que se hicieron construir los mayores stands (ninguno de ellos escribe y lo poco que han publicado se lo han encargado a terceros), sirvió para que por fin diéramos con un monumento al insensible derroche nacional.
Gracias a un activismo ciudadano sin precedentes en la historia dominicana, el Ministerio de Educación maneja actualmente un presupuesto similar a lo que establece la Ley: un 4% del PIB del país. Tanto es el dinero del que dispone esa cartera en estos momentos, que decidió tirar al aire 18 millones de pesos.
La efímera y pavorosa maqueta de cartón, que reproducía con el peor gusto la fachada del Ministerio, es un altar a la mala educación. ¿Cuántas cosas útiles se pudieron haber hecho con esos 18 millones de pesos? ¿Cuántos cursos de superación a maestros, cuántas computadoras, cuántos cuadernos…?
Este ha sido el año en que menos libros nos compramos en la Feria. A la ausencia o la desaparición de las principales librerías del país, se sumó la pobre oferta de la mayoría de las editoriales que aún acuden a la cita. Sin embargo, “La vida simple” de Sylvain Tesson (París, 1972) fue una gran recompensa.
El geólogo y viajero francés se toma 228 páginas en enseñarnos una verdad muy sencilla: La libertad consiste en adueñarse del tiempo, algo que se pierde en la medida en que se es más ambicioso y poderoso. Hasta el lago Baikal, en la Siberia, se fue Tesson con un cargamento de conservas y libros. De allá volvió con aportes muy concretos y lúcidos para los tiempos que corren.
Cuando se le lee a gente como Tesson, Stiglitz o el agricultor y pensador Pierre Rabhi, quien no se cansa de andar hacia la “sobriedad feliz”, se toma conciencia de que urge un cambio radical de las referencias. Una prueba de ello, otra vez, es la Feria del Libro: los stands más grandes y suntuosos estaban dedicados a algunos de los dominicanos que menos escriben.
La austeridad, ni porque está de moda, ha logrado sensibilizar a nuestros políticos y empresarios. Pero no estamos obligados a imitar su mal ejemplo, no hay que sucumbir a su ignorancia. Basta con aprender a ser felices construyendo experiencias que no cuestan un centavo.
Se trata de ser ricos justo en eso en lo que ellos son tan pobres.

03 mayo 2014

Esos pequeños sueños que ayudan a (sobre)vivir

Cuando uno nace en una isla padece de insularidad, un término que siempre explican mal los diccionarios. Los que nacimos en Cuba padecemos, además, de aislamiento; que es un cuadro claustrofóbico provocado por el mar y los muros que nos rodean.
Eso hace que uno lleve consigo un pequeño sueño, alguna que otra idea fija. Mi primera mañana fuera de Cuba fue en Madrid. Tarde en la noche, cuando llegamos al hotel, advertí su presencia en el pasillo. Estaba a unos pocos pasos de la puerta de mi habitación.
Era muy temprano para hacerlo, pero había pensado tanto en ese momento que no pude contenerme. Tenía algunas pesetas en el bolsillo, fruto de la generosidad de Fidel Sendagorta, un amigo español. Me aseguré de que me alcanzaba el dinero y, por último, ensayé todos los pasos con la vista.
Deposité las monedas con muchísimo cuidado en la ranura. Me aterraba la idea de fallar. Cuando se encendió la luz verde, presioné un botón grande y rojo. La oí rodando por el interior del artefacto. Estaba helada, tal como me la había imaginado. Por fin, a los 26 años, logré hacer lo que tantas y tantas veces vi en las películas: sacar una Coca-Cola una máquina y tomármela.
Cuenta el cineasta Rolando Díaz que la primera vez que viajó al extranjero iba acompañado de Iván Nápoles, otro realizador cubano. Antes de llegar al hotel, Iván le pidió que lo acompañara a una farmacia, necesita un Alka-Seltzer.
—¿Te sientes mal? —preguntó Rolando.
—No —respondió Iván en tono tranquilizador —, no te preocupes.
Cuando subieron a la habitación, Iván se sirvió un vaso de agua. Fue hasta la ventana y corrió las cortinas para mirar la ciudad. Dejó caer las dos pastillas en el agua y se acercó el vaso al oído.
—¡Hacía tanto tiempo que no oía esto! —Dijo. Su cara estaba burbujeante de felicidad.
Carlos Iglesias vive en Toronto desde hace años. Hace ya un tiempo, recibió una llamada urgente de Corojo Valdivia. Le pidió que fuera al aeropuerto a buscar a Manuel Sosa, espirituano como ellos, escritor, por más señas. Apenas habían mediado unas pocas palabras cuando Manuel le pidió a Carlos que lo llevara a un lugar donde tocaran música en vivo.
Desconcertado, preguntó a sus amigos y le recomendaron un bar donde esa noche actuaba una banda de rock. Después de empinarse dos cervezas, Manuel se acercó al pianista y le dijo algo al oído. Los músicos estaban desconcertados, pero no más que Carlos. El baterista dio tres golpes y empezaron a tocar.
Con una pronunciación perfecta, abriendo los brazos como Mick Jagger, cantó “Honky Tonk Women”. Cuando terminó la canción, devolvió el micrófono y regresó a la mesa entre aplausos. Se empinó otra cerveza, respiró profundo y le dio dos palmadas de agradecimiento a su compatriota.
—Siempre soñé con eso, asere —le dijo—, con cantar una canción de los Rolling en el Yuma.
Los que nacimos en Cuba padecemos de aislamiento, que es un cuadro claustrofóbico provocado por el mar y los muros que nos rodean. Eso hace que uno lleve consigo alguna que otra idea fija, pequeños sueños que lo ayuden a (sobre)vivir.

02 mayo 2014

La visita del Cuatro Ojos

Su nombre científico es Phaenicophilus Palmarum, pero los dominicanos le llaman Cuatro Ojos. Es un ave endémica y, específicamente este caballero, nos hace la visita todos los mediodías. Llega puntual, justo después del mediodía. Aún no sabemos qué es lo que hace dentro del helecho macho. Lo cierto es que empieza a cantar en cuanto aterriza.
Por Mario Dávalos, quien se ha convertido en un gran perseguidor de aves (para darles caza con su lente), conocí la aplicación Bird of Hispaniola. Hoy, mientras recibíamos la visita del Cuatro Ojos, acercamos el iPhone a la terraza y le pusimos su propio canto. Por poco enloquece de la curiosidad. Todavía debe estarse preguntando dónde estaba escondido su "contrincante".
Su visita es breve y desconfiada, pero nosotros disfrutamos muchísimo su algarabía. Caminando en puntas de pies, buscamos el mejor ángulo para observar cómo toma posesión de de la terraza. Él sabe que estamos ahí, justo detrás de los cristales, pero no por eso aborta su misión de registrar dentro del helecho macho.
Ahora mismo lo estoy esperando. No me explico por qué no ha llegado. Tienes algunos minutos de retraso... Shhh, shhhhh, ¡ahí está! Luego les sigo contando. Ya está dentro del helecho. ¿Qué buscará ahí? Shhh, shhhhh...

Juan Formell seguirá ahí

Las historia de la música bailable en el siglo XX cubano se puede contar a través de cuatro agrupaciones: el Conjunto de Arsenio Rodríguez, la Orquesta Aragón, la Banda Gigante de Beny Moré y los Van Van. Hay muchísimas más, decenas de ellas extraordinarias, pero esas cuatro alcanzan para resumir nuestra identidad sonora.
Dentro de esas formaciones, a su vez, aparecen algunos nombres de los que no podemos prescindir: Lily Martínez Griñán, Miguelito Cuní, Félix Chapotin, Rubén González, Chano Pozo, Machito, Rafael Lay, Richard Egües, Generoso Jiménez, Chocolate Armenteros, Changuito, Pupi Barroso y El Tosco.
Ayer, en La Habana, murió Juan Formell, el artífice de los Van Van. Tenía 71 años y el hígado destrozado. Nadie como él hizo bailar a los cubanos en los últimos 40 años. Ninguna otra agrupación ni intérprete de la Isla consiguió éxitos tan rotundos ni una permanencia tan larga.
Los 70, 80, 90 y el nuevo milenio cubano tienen a Van Van en el corazón de su banda sonora. Década tras década, la charanga de Formell puso a disposición de los bailadores la cadencia que preferían seguir sus pies: “Marilú” “El guararey de Pastorita”, “Chirrín Chirrán”, “El Buey Cansao”, “Por encima del nivel”, “La Habana no aguanta más”, “Muévete” y “El negro está cocinando”, entre muchas, muchísimas otras.
Para nadie es un secreto que en Cuba tendrán que cambiar muchas cosas en el futuro inmediato. El país está en ruinas y es insostenible. En algunas de las letras de los Van Van se pueden encontrar las claves de cómo se llegó a ese punto.
Sea cual sea la nación que construyan los cubanos en el futuro, por más que pasen los años, la música de Juan Formell seguirá ahí, ahí, así, que sí.