08 febrero 2014

La soledad de la colonia Condesa

El último recital de poemas que compartieron José Emilio Pacheco y Juan Gelman.
(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos)

José Emilio Pacheco y Juan Gelman eran vecinos. Es una gran coincidencia que dos de los más grandes poetas del idioma español residieran a tan poca distancia en una de las ciudades más grandes del mundo. Uno era mexicano y el otro argentino, pero la colonia Condesa, en México D.F., fue la última geografía de ambos.
Cuando José Emilio ganó el Premio Cervantes en 2010, alguien recordó que estábamos ante uno de los mejores poetas latinoamericanos. “Pero si ni siquiera soy uno de los mejores de mi barrio. ¿No ven que soy vecino de Juan Gelman?”, respondió Pacheco, con una mezcla perfecta de humildad e ironía.
Empecé a escribir poemas para tener algo que regalarle a mis primeras novias. En la Cuba de entonces escaseaba todo, hasta las flores. Tampoco sabía bailar —ni música cubana ni disco, que era el ritmo que enloquecía a las jovencitas de aquella época—. Los versos eran mi única escapatoria.
Pero todo lo que escribía me parecía tan horroroso, que acabé cometiendo un terrible fraude: regalaba poemas de José Emilio Pacheco y Juan Gelman diciendo que eran míos. Recuerdo que una de aquellas muchachas, la rubia más rubia que tuvo jamás el Paradero de Camarones, me hizo una pregunta desconcertante: “Ven acá, chico, ¿y por qué tú dices ‘vos’?”
Me avergoncé tanto, que decidí regalarle un poema totalmente mío, que no contuviera ni siquiera una alusión a la poética de Pacheco o Gelman. Lo leyó rapidísimo y lo puso a un lado, apenada: “Este es mucho más normal, pero no me gusta tanto como los otros”. A finales de la década del 90, José Emilio Pacheco estuvo por última vez en Cuba y quise contarle esa historia.
Mi amigo Ángel Santiesteban me llevó a conocerlo. El poeta estaba a punto de comenzar una conferencia sobre no recuerdo qué. Era la Feria Internacional del Libro de La Habana. En momentos como ese, mi condición de guajiro siempre acaba jugándome una mala pasada. Me avergüenzo tanto frente a la gente que admiro de verdad, que suelo decirles unas estupideces inconcebibles.
Ángel me llevó a empujones y, cuando por fin logró que estuviéramos frente a frente, nos presentó. “¡Qué frío hace!, ¿verdad?”, dije con una torpeza inmejorable. “Hum… Vengo del D.F., allá sí hay mucho frío ahorita”, respondió el autor de “Los elementos de la noche”. A través de sus libros he sostenido infinidad de diálogos con él; pero en la vida real, eso fue todo lo que hablamos.
Alguien llamó su atención para presentarle a otro admirador. El recién llegado sí fue elocuente y logró sostener una breve conversación. Me quedé mirando sus gestos por un rato. No podía escuchar lo que decía, pero sí aprecié cómo era la gestualidad de uno de los poetas que más había leído en mi vida.
Con Juan Gelman tuve una relación mucho más cercana, tanto, que ni siquiera necesité conocerlo. Asistí a varios recitales y conferencias que le organizaron en Casa de las Américas, lo vi caminar por el Malecón de La Habana y beber del pico de una botella de ron (algo que solo hacen los hombres más felices o lo más tristes, frente a gente que quieren mucho). Esa cercanía me bastó, además de sus versos, que sigo releyendo a menudo.
Ahora sí puedo asegurar que mi adolescencia está del todo muerta, porque dos de su más grandes inspiradores se han marchado de este mundo. Quiso el azar que vivieran en el mismo barrio: la colonia Condesa, en México D.F.
Ahora mismo, en ese lugar, la soledad se debe ver a simple vista. Fulgurante, inexplicable, como se veía la poesía en cada una de las palabras que les robé a José Emilio Pacheco y Juan Gelman.

2 comentarios:

Alejandro Aguilar dijo...

¡Espectacular!

Javier Iglesias dijo...

Lindo texto. En la Condesa, también vive Fundora - Ernesto - que tantas veces nos ha regalado su casa como refugio.