31 diciembre 2014

La puerta de Tania Bruguera

En Clandestinos, una memorable película cubana realizada por Fernando Pérez en 1988, hay una escena donde los esbirros de la dictadura de Batista tocan con insistencia en la puerta de los protagonistas. Los jóvenes revolucionarios habían llevado a cabo una serie de sabotajes en La Habana y, después de una delación, fueron acorralados.
Tania Bruguera no lucha con explosivos sino con ideas, es por eso que convocó al performance #YoTambienExijo, que se realizaría en la Plaza de la Revolución. Ni ella ni los demás que deseaban participar pudieron llegar al histórico monumento (construido por la dictadura de Batista y convertido en símbolo por la de Fidel).
Los esbirros de la Seguridad del Estado fueron a buscarlos a sus casas. Como La Habana apenas ha cambiado en los últimos 60 años, uno puede representarse la escena volviendo a ver la película de Fernando Pérez. Bastaría con imaginar los edificios en ruinas, sustituir vehículos y uniformes, ponerlo todo más feo.
También se pueden reconstruir los hechos a través de @Yohandry8787, la cuenta que la Seguridad del Estado mantiene en Twitter. Allí se cuentan los sucesos desde la potestad que da saber lo que realmente está pasando. Para hacer esto, hay que obviar su abominable tono, que va de la burla al cinismo y de la arrogancia al fanatismo con absoluta naturalidad.
Cuando se anunció el trueque de prisioneros y el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, muchos ilusos llegaron a decir que ese acto equivalía a la caída del Muro de Berlín. Ninguno de esos, obviamente, estaban dentro de la Isla. Porque la manera en que el dictador hizo el anuncio y matizó lo que estaba ocurriendo, bastaba para concluir que todo seguiría igual.
El diario estadounidense The New York Times, que se convirtió en la principal plataforma de la estrategia de comunicaciones de la Casa Blanca, ha dicho este martes que está decepcionado. Tanto que mencionó la palabra libertad en los días del acercamiento y ahora su vocabulario se reduce al desconcierto. ¿Será ingenuidad o un tipo de cinismo parecido al de @Yohandry8787?.
Los esbirros de la dictadura de Fidel y Raúl Castro estuvieron tocando a la puerta de Tania Bruguera durante cinco largas horas. Durante todo ese tiempo ella dejó de ser una de las más importantes artistas cubanas, también perdió todos sus derechos como ciudadana. Era una mujer sola, indefensa frente a sus verdugos. Nadie escuchaba.

24 diciembre 2014

La extinción de los dinosaurios

Me explicaron el significado de la palabra Navidad muchos años después de haberme impartido el Teorema de Pitágoras, la Ley de Gravitación Universal, la Tabla Periódica de los Elementos y la Evolución Biológica. Por eso me pareció un cuento infantil, como los de Hans Christian Andersen y los hermanos Grimm.
Desde muy pequeño me forzaron a permanecer, de lunes a viernes, en una escuela donde se combinaba el estudio con el trabajo. Como consecuencia de eso, no sé pedir deseos. Solo entiendo de normas, metas, planes… Aun así, a pesar de todas mis descreencias, amo a una mujer católica y disfruto muchísimo la celebración en familia del 24 de diciembre.
Hoy me levanté a las seis para encender el horno y poner la pierna de cerdo. Unimos lo mejor de la receta de los Yero con lo mejor de la receta de los Sosa. Luego salimos a comprar los regalos (el de María sigue escondido, porque ella está convencida de que Santa se lo traerá en persona y nosotros no somos quienes para desilusionarla).
Después que cenemos en familia, iremos junto a Rolando y María Antonieta para casa de Mayitín y Soraya, donde también estarán Abigaíl y Julián. Ana Rosario no vino este año, Alejandro y Marianela se fueron Miami. Como no sé rezar, cuando doña Elia bendiga la mesa, pensaré en todos los míos y les desearé lo mejor.
También pensaré en los dinosaurios y pediré su extinción definitiva. Según una clase que no olvido de mi maestro Gustavo, allá en la escuela primaria del Paradero de Camarones, gracias a la Evolución Biológica el mundo se fue transformando hasta llegar a ser como lo conocemos hoy.
Yo solo quiero que Cuba le de alcance.

19 diciembre 2014

Mi tío el desempleado

Aldo Yero Mosteiro nació en el Paradero de Camarones en 1941. Era hijo de Tomás Aurelio Yero Alonso, jefe de estación, y Atlántida Mosteiro Góngora, una hermosa gallega que le sirvió de modelo a Pablo Donato (el arquitecto más famoso de Cienfuegos) para la escultura de un ángel.
Aldito tenía 17 años la noche que fue a un baile del Liceo y no volvió a casa. Junto a un grupo de amigos se robaron las armas del cuartel de San Fernando y se alzaron en el Escambray. Participó en la toma de Güinia de Miranda, a las órdenes del Che Guevara.
Mi abuela, que había nacido en el Escambray y conocía ese lomerío como la palma de su mano, subió a buscarlo. Ella y mi madre caminaron decenas de kilómetros hasta que dieron con él en un campamento de la retaguardia. Tenía los pies destrozados y una caja de historietas del Llanero Solitario.
Comenzó a practicar para hacerse ferroviario, como su padre. Un día debía tomar el tren hacia Sagua la Grande, para relevar a un operador, pero decidió alzarse otra vez en el Escambray. Esta vez, contra la Revolución. Mi abuela fue por él y, con el olfato de una loba, encontró a su cachorro. Se lo llevó de regreso a casa y ese fue, hasta hoy, el secreto mejor guardado de mi familia.
Con los años se convirtió en el mejor Despachador de Trenes de la División Centro de los Ferrocarriles de Cuba. Un día de zafra, que estaba de vacaciones en Camarones, totalmente borracho, tomó el teléfono y deshizo un nudo donde estaban implicados tres trenes de carga, uno de caña y dos de viajeros.
No olvido los saludos de los ferroviarios al pasar por el andén de Camarones. ¡Aldooooo!, le gritaban orgullosos, tratando de que el eco de sus voces también corriera por su cuenta. A principios de los años 90 se integró a un grupo que trató de defender los Derechos Humanos en Cuba. Lo expulsaron del Ferrocarril sin derecho a laborar en ninguna otra empresa.
Desde entonces fue mi tío el desempleado. En su casa, con la cabeza recostada en un sillón, seguía dirigiendo el movimiento de los trenes con solo escucharlos. “Ahí va el viajero de Morón —decía después de oír un pitazo—, lleva media hora de retraso”. Aunque su sentido del humor era capaz de sacarle una carcajada al hombre más triste, nunca más fue feliz.
De niño, yo quería ser como él. Nada me gustaba más que oír a los ferroviarios contar las hazañas de Aldo Yero. Nadie como él lograba que los trenes circularan en hora y se cruzaran en el punto exacto, de manera que ninguno de los dos perdiera el itinerario.
Murió a unos pasos de la línea de ferrocarril. Desde hace dos días los trenes pasan por Santa Clara sin que él dirija sus movimientos con solo escucharlos. Su sillón está vacío.

18 diciembre 2014

Mis apuntes sobre el 17 de diciembre de 2014

Una periodista del Hoy me acaba de llamar para preguntarme mi opinión sobre los hechos que ocurrieron ayer. El 17 de diciembre de 2014 murió Aldo Yero Mosteiro, mi más querido tío, siempre recordaré ese día por eso. Los gestos de buena voluntad y el intercambio de prisioneros entre Estados Unidos y Cuba, no logran sacarme de mi pesar.
Sobre todo, porque creo que lo que acontecido (que algunos optimistas comparan con la caída del Muro de Berlín) no tendrá ningún impacto en la ignominiosa vida cotidiana de los cubanos. Quizás el único cambio sustancial es que los sacos de arroz importado (el país es incapaz de producirlos) que ahora dice ‘Made in China’, en el futuro inmediato empiecen a decir “Made in USA’.
En 1959, triunfó en Cuba una revolución nacionalista que proclamaba la independencia de la nación y juraba defenderla hasta vencer o morir. En el campo de las consignas esa promesa dura hasta hoy; pero en la práctica se esfumó apenas unos meses después, cuando la isla se convirtió en un satélite de la Unión Soviética.
Tras el fin de la Guerra Fría y la desintegración del estado fundado por Lenin, Fidel se las ingenió para que Venezuela asumiera la manutención de su arruinada economía. Como la revolución bolivariana ahora es también inviable y ante la ausencia de un nuevo filántropo en el horizonte, la dictadura salió a buscar un socio comercial.
En su comparecencia oficial, Raúl Castro admite que entre su régimen y Estados Unidos hay “profundas diferencias, fundamentalmente en materia de soberanía nacional, democracia, derechos humanos y política exterior”. Ese párrafo confirma que los cubanos seguirán sin ser consultados en el futuro.
Según la nueva Ley de Inversión, cualquiera puede invertir en la Isla… cualquiera que no haya nacido en ella. Los acuerdos de ayer mantienen eso invariable. Ahora hasta los archienemigos de Norteamérica tienen más derechos y oportunidades en Cuba que los propios cubanos. Ayer hubo buenas noticias para los empresarios de Estados Unidos y para los dinosaurios que controlan la economía del régimen.
A los cubanos, como a mí, nada de eso nos librará del gran pesar que nos aqueja. 

15 diciembre 2014

El sueño de los guerreros


A mi compatriota Renay Chinea

Un día como hoy, hace 119 años, la historia pasó por un costado de mi pueblo y siguió de largo. Acampó unos dos kilómetros más adelante, en un punto que no aparece en los mapas pero que muchos libros recuerdan: Mangos de La Flora.
El 15 de diciembre de 1895 fue un día nublado. Según algunas fuentes bibliográficas, en los alrededores de Cruces (un triángulo ferroviario que se encuentra en el mismo centro de Cuba) caía una llovizna pertinaz. A todos los historiadores, incluso los que estuvieron presentes, se les hace imposible contar el combate con la misma celeridad que ocurrió.
La tropa del Generalísimo Máximo Gómez y el Lugarteniente Antonio Maceo apenas necesitó 15 minutos para derrotar al ejército español en la batalla de Mal Tiempo. Ese debe haber sido el cuarto de hora más largo de la historia nacional. 147 reclutas canarios y 4 cubanos perdieron la vida muy poco después del grito de “¡al combate, viva Cuba libre!”.
Claudio Yero, mi bisabuelo, vivía no lejos de allí. Por el patio de su casa pasó la columna invasora. Antes de ofrecerles leche y viandas, le ordenó a su mujer que se metiera en la casa. En la tropa venían decenas de negros desnudos. Algunos de ellos pelaban cañas con los machetes aún embarrados de sangre.
Acamparon en cuanto cruzaron la línea del ferrocarril. Los Mangos de La Flora siguió siendo un potrero por mucho tiempo. Durante mi infancia pasé incontables veces por allí. Solía detener mi bicicleta en busca de alguna señal de los guerreros, pero el silencio del monte y la indiferencia de los totíes fue siempre la única respuesta.
En 1995 construyeron un pequeño monumento. Desde entonces hay allí una armazón de cemento donde se representa un mapa de la isla y el trayecto de la gesta de independencia. A su alrededor, pastan las vacas y proliferan los bejucos, que avanzan como serpientes por debajo de la hierba de Guinea. 
La última vez que fui cayó un aguacero torrencial. Recuerdo que cerré los ojos, tratando de que el ruido del agua me ayudara a reconstruir los hechos. Nunca más la historia ni siquiera volvió a rozar mi pueblo, los dos mil individuos que permanecen en él han vivido ajenos a cualquier acontecimiento. 
Pero el 15 de diciembre de 1895, Máximo Gómez Báez y Antonio Maceo Grajales cabalgaron por el callejón de la Loma de La Rioja, cruzaron el camino de piedra de San Fernando, le dieron de beber a sus caballos en el mismo arroyo donde luego nos bañaríamos de niños y al final colgaron sus hamacas en una arboleda de mangas blancas. 
En el Paradero de Camarones nunca ocurrió nada extraordinario. Salvo un día como hoy, hace 119 años. Esa noche nuestros antepasados fueron testigos del sueño de los guerreros.

14 diciembre 2014

Campo de batalla

Este potrero fue un campo de batalla
bajo la llovizna y el frío
del 15 de diciembre de 1895.
El combate apenas duró
un cuarto de hora.
Luego sobrevino
un atroz silencio y al final
el curso impasible de la vida rural.

Un obelisco y las ruinas de un fuerte
tratan de mantener viva
la memoria de la encarnizada pelea.
Pero la gente,
harta de tantas conmemoraciones,
usa el escenario
para comer, bailar o desnudarse.
Mientras tanto
la hierba crece cada vez más alto
y el nombre de los caídos se borra.
En vano trata la patria
de que 119 años
dos cambios de siglo
y uno de milenio
pesen menos que la gesta.

Demasiado tiempo frente a 15 minutos,
que fue todo lo que ocurrió
después que el Generalísimo
levantó su machete
y le pidió al corneta que tocara “¡A degüello!”.

12 diciembre 2014

Pensar más y presumir menos

(Escrito para la columna Como si fuera sábado de la revista Estilos)

La música y la conducta de Andrés Calamaro me han servido de inspiración por años. Él es para mí lo que Beny Moré fue para mi abuelo, lo que la Orquesta Aragón para mi padre… y lo que Silvio Rodríguez para mí mismo, cuando yo aún era joven y él todavía no había mutado en ese conservador decadente del que ya no puedo sacar nada.
En las cosas que dice, hace y canta el Salmón, siempre encuentro algo que me sirve de gran provecho. Además de hacer rock and roll, Andrés se debate de manera constante con el mundo que le rodea. Leyendo sus respuestas a un cuestionario que le hicieron a propósito de sus nuevos discos (Jamón del medio y Pura sangre) encontré un párrafo que motivó este texto.
La pregunta (que luego no fue publicada en El País, el periódico que la envió) trataba de saber por qué el autor de “Media Verónica” habla cada vez menos en sus conciertos. La respuesta, obviamente, no cumplió las expectativas del redactor de ‘Espectáculos’ (que generalmente, allá, como aquí y en todas partes, siempre van a lo más banal e intrascendente).
“Sinceramente… porque tocamos —respondió Calamaro— y, la poca prensa que cubre nuestros conciertos evita cualquier comentario musical; jamás mencionan detalle musical alguno, solo reflejan, a duras penas, lo que yo diga, describen al público y hacen algún comentario sobre mi vestuario. Eso si se molestan en ofrecerme una crónica, porque en los periódicos no hay sección de crítica de discos ni conciertos. Los especialistas en música fueron desterrados”.
Hace unos días, en la sección de cultura de un matutino dominicano, una crónica y una entrevista usaron la frase “desnudó su alma” como titular ¡en la misma página!. El primero de los dos ‘striptease emocionales’ se refería al concierto de Pedro Guerra en Hard Rock Café. Hubiera bastado ponerle un mínimo de atención a sus canciones para sacar una idea mejor.
Las redes sociales han elevado a la máxima potencia al narcisista que todos llevamos dentro y apenas dejan espacio para las ideas. La prensa, cautiva de las crisis que le ha generado la web 2.0, trata de imitar esa conducta. Por eso ahora los periódicos se pueden leer con una sola mano y sin levantar la vista de la taza de café.
En una época donde las tendencias cambian cada tres meses y se hace cada vez más difícil atreverse a ser uno mismo. En tiempos donde la gente anda uniformada, con el mismo peinado y la última temporada de la tienda de moda, la única manera de tener cabeza propia es pensar más y presumir menos.
A Andrés Calamaro le llaman El Salmón por su incorregible manía de ir contra la corriente. En eso también me gusta imitarlo. Aun cuando no siempre consiga salirme con la mía, me produce una gran satisfacción el solo hecho de haberlo intentado. La última portada de “Pura sangre” —por ejemplo— hace alusión a las corridas de toros, las cuales defiende a cuenta y riesgo de ser marginado. Se niega a ser políticamente correcto si en ello le va su brutal honestidad.
Cada vez, con más frecuencia, encuentro en mí signos de vejez. Uno de ellos es mi rotunda negación a seguir una moda. Los trending topic son importantes, pero no lo son todo. A veces unos pocos seguidores en Twitter, que sean capaces de interactuar, discutir y reflexionar contigo, valen muchísimo más que millardos de acéfalos.
Sin embargo, cuando estoy encerrado dentro de mi carro y pongo al Salmón, rejuvenezco de una manera increíble. Por más que me duela la espalda y mi cuerpo suene como los ejes de la carreta de Atahualpa, salto como un niño cuando repito el estribillo: “Siempre seguí la misma dirección, la difícil, la que usa el salmón”.

07 diciembre 2014

Cuba, a diario, desde hace 5 años

Diario de Cuba (DDC) acaba de cumplir 5 años. No quiero que se siga alejando la fecha sin darle las gracias por escrito, desde el andén de El Fogonero, a todos los que permanecen atrincherados en uno de los últimos reductos del periodismo cubano.
Como bien reza en el editorial hecho para la ocasión: “A pesar de los ataques informáticos y mediáticos del castrismo, DDC ha logrado convertirse en referencia obligada para todos los sectores de nuestra comunidad transnacional, así como embajadas, cancillerías, e incluso oficinas del régimen”.
Los aciertos y la persistencia de DDC se deben en gran medida a Pablo Díaz Espí y Antonio José Ponte. Pablo es hijo de Jesús Díaz, fundador de varios proyectos editoriales claves en el último medio siglo cubano. Como su padre, Díaz Espí ha trabajado (y luchado) desde la pluralidad para mitigar los estragos del pensamiento único, la censura y la falta de información en Cuba.
Ponte, uno de los más importantes y consecuentes intelectuales de mi generación, ha logrado que lo mejor de las letras cubanas actuales publiquen sus inéditos en DDC. Esto ha multiplicado el valor de la página, porque permite disponer, sin censuras ni omisiones, de las más recientes creaciones de cubanos casi en tiempo real.
Sin DDC, el sumidero del periodismo cubano sería más hondo aún. Hay muchas más razones para felicitar a su equipo por su primer quinquenio (que espero sea el único fuera de Cuba), pero esa es quizás la más importante.

Beiro, el escribiente

Hace unos días encontré a mi querido Luis Beiro en la librería Cuesta. Está flaco, ronco y más lúcido que nunca. Después de una larga pelea, en la que por fin pudo vencer a su mala salud de hierro, disfruta serenamente de una paz fecunda.
Hablamos mucho mientras caminábamos por los pasillos. Con agilidad de bibliotecario, me buscó alusiones al ferrocarril y a los ferroviarios dentro de libros de Chéjov, Kafka, Cabrera Infante y raros escritores que yo desconocía.
Ahí, calladito, como Bartleby, el personaje de Melville, Beiro ha aprovechado su esquinita en la redacción de Listín Diario para escribir muchos libros (poesía, novela, crítica de cine...) y para dejar una huella importante en el periodismo dominicano. 
En un momento, después de tropezar con uno de los fósiles de la izquierda dominicana, puso cara de picardía para contarme una anécdota de la reciente visita de Oliver Stone a Santo Domingo. Ocurrió durante un encuentro al que asistieron varios admiradores de la dictadura de Fidel Castro.
Cuando le preguntaron sobre su amistad con el ‘líder histórico de la revolución cubana’, el director de cine creyó necesario hacer una advertencia: “Hoy Cuba no es un ejemplo a seguir para nadie”. Después de hacer una larga pausa y soltar una risita burlona, como si estuviera contando una película, Beiro abrió las palmas de las manos para concluir.
—¡Se produjo un silencio sepulcral! —dijo, mientras hacía el gesto que hacen los cubanos cuando quieren concluir algo.
Le di un abrazo sin apretarlo mucho, cuidándome de no lastimarlo. Está flaco y ronco, pero más lúcido que nunca. Me hizo feliz el haberme reencontrado con mi querido Luis Beiro, el escribiente, un vencedor de innumerables batallas perdidas.

28 noviembre 2014

El génesis y la trayectoria del compromiso

(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos) 

Tracé una línea recta en Google Earth. Recorrí 1.480 kilómetros entre Santiago de los Caballeros y Orlando, en la Florida. Esa distancia me sirve para comparar la política cultural del Centro León con la iniciativa del Ministerio de Cultura de que los museos dominicanos cuenten historias de la misma manera que lo hace Walt Disney World.
Según el ministro José Antonio Rodríguez, fue un viaje a Disney que le dio "el banderazo de arranque y le trazó el camino de por dónde deberían ir las políticas para captar público [en los museos]" (¡sic!). Afortunadamente, los gestores del Centro León no creen en cuentos de hadas.
La institución cultural fundada por la Fundación Eduardo León Jiménes no busca producir espectáculos. Desde su mismo origen se ha concentrado en promover los valores más trascendentes y los signos de identidad de los dominicanos.
República Dominicana era, en 1964, un país que acababa de sufrir una dictadura y un golpe de estado; la amenaza de una guerra civil era inminente. Pero nada de eso detuvo a Eduardo León Asensio, quien vislumbró la importancia que tenía promover la creatividad de los dominicanos y conservar lo más significativo de sus expresiones artísticas.
Este año se cumple medio siglo de la primera convocatoria del Concurso de Arte Eduardo León Jimenes,  que pocos años después se convirtió en uno de los más importantes organizados por la iniciativa privada en América Latina. Ese fue también el origen del Centro León.
Desde 2004, el año en que fue inaugurado, República Dominicana aparece en el mapa de las principales instituciones culturales del continente. Los programas, las exposiciones, los congresos y cada una de las actividades realizadas por el Centro León han promovido un auténtico diálogo con sus públicos, que es algo mucho más enriquecedor que el frívolo ‘waooo!’ que provoca Disney.
A propósito de la muestra del XXV Concurso de Arte Eduardo León Jiménes, el Centro León se replanteó la exposición “Génesis y trayectoria”, donde se presenta una selección de la colección de arte de la institución y de las obras ganadoras en diferentes ediciones del certamen. La primera versión estaba ordenada cronológicamente, esta se concentra en los significados.
Es por eso que se ‘contamina’ con textos literarios de autores dominicanos y hasta con una ‘banda sonora’, que saca de su antiguo silencio a los merengueros de Yoryi Morel y a las bulliciosas obras de muchos artistas contemporáneos.
La música siempre ha sido una parte esencial de las exposiciones y el  programa de actividades del Centro León. La inclusión ahora de la literatura, a través de autores que han contribuido de una manera determinante a descifrar las identidades dominicanas, permite profundizar aún más en lo que significa ser parte de esta cultura.
Antes de entrar a la nueva “Génesis y trayectoria”, uno se encuentra con “El fósil”, una obra de Mario Dávalos, Maurice Sánchez y Ángel Rosario que establece las ‘reglas del juego’. Se trata de una enorme piedra de ámbar donde ‘quedó atrapado’ una motor 70, la icónica motocicleta que ha movido a generaciones de dominicanos.
Las obras premiadas en la XXV edición del Concurso Eduardo León Jiménes le dan continuidad a la provocación que “El fósil” hace en la antesala. Artistas muy jóvenes se expresan libremente sobre la sociedad en la que viven. Su paradigma, también muy alejado de Disney, está apenas unos escalones más abajo: son los creadores que desde 1964 alimentan su imaginación.
Hace unos años un amigo cubano me dijo que la cultura dominicana le parecía muy pobre y reiterativa. Evité discutir. Preferí llevarlo al Centro León y pedirle que me acompañara por los diferentes ámbitos de la exposición “Signos de identidad”. Puede parecerles melodramático, pero es literal: salió llorando, muy emocionado.
El génesis y la trayectoria del compromiso de Eduardo León Asensio se ha renovado a través de dos exposiciones. Allí se demuestra que no es Disney, son los dominicanos.

25 noviembre 2014

Luis Rogelio Nogueras, un joven poeta de 70 años

A principios de 1986 yo estudiaba en la Escuela de Arte en Cubanacán. Entonces creía que me pasaría el resto de mi vida en un grupo de teatro. La experiencia del Escambray me había marcado en mi infancia, soñaba con estar en el medio del monte, haciendo representaciones para los campesinos.
Por eso en el segundo semestre me fui junto a tres compañeros a Moa, un pueblo minero del extremo oriental de Cuba. Allí, en medio de constantes nubes de polvo rojo, dirigí una obra de Salvador Lemis sobre un niño al que le crece un árbol en una oreja.
En la mochila llevaba mis escasísimas pertenencias, muchos libros de teatro y todos los cuadernos de Luis Rogelio Nogueras (un poeta cubano que acababa de morir). Durante esos meses, escribí incontables imitaciones de sus textos. Dos bailarinas que nos acompañaban llegaron a creer que aquellas ideas tan ingeniosas se me habían ocurrido realmente a mí.
Aunque él pertenecía a una generación sobre la que teníamos muchos recelos, sus referencias culturales y su escritura lo desmarcaban de sus coetáneos. Él no era ‘cheo’ como la mayoría de ellos, sus ídolos eran otros: Walt Witman, Edgar Allan Poe, Dashiell Hammett…
Ahora soy siete años mayor que él (murió a los 40) y aún no logro imitaciones convincentes de sus textos. Muchas veces me he preguntado cómo sería Luis Rogelio Nogueras de haber alcanzado los 70 años. ¿Se habría convertido en un patético esperpento (como algunos de sus amigos más cercanos) o seguiría siendo el escritor radicalmente ingenioso y consecuente que sedujo a mi generación?
Desafortunadamente, esa pregunta jamás podrá ser respondida. Wichy será siempre un joven poeta que nunca dejará de jugar, con una seriedad apabullante, a encontrar la forma de las cosas que vendrán.


EL ÚLTIMO CASO DEL INSPECTOR

El lugar del crimen
no es aún el lugar del crimen:
es sólo un cuarto en penumbras
donde dos sombras desnudas se besan.

El asesino
no es aún el asesino:
es sólo un hombre cansado
que va llegando a su casa un día antes de lo previsto,
después de un largo viaje.

La víctima
no es aún la víctima:
es sólo una mujer ardiendo
en otros brazos.

El testigo de excepción
no es aún el testigo de excepción:
es sólo un inspector osado
que goza de la mujer del prójimo
sobre el lecho del prójimo.

El arma del crimen
no es aún el arma del crimen:
es sólo una lámpara de bronce apagada,
tranquila, inocente
sobre una mesa de caoba.

Luis Rogelio Nogueras (1945 - 1986)

15 noviembre 2014

La noche de la iguana amaneció en República Dominicana

(Escrito para la columna Como si fuera sábadode la revista Estilos)

Hace 45 años, Punta Borrachón era uno de los lugares más olvidados e ignorados de República Dominicana. Tras el ajusticiamiento de Trujillo, una nueva generación soñaba con construir un país democrático y próspero. Entre ellos estaba un muchacho que solía llamar la atención por sus empecinamientos en lograr cosas ‘imposibles’.
Por una iniciativa de Lyndon B. Johnson, llegó al país un grupo de líderes sindicales de Estados Unidos. Venían con el objetivo de crear una escuela de marina mercante. Mientras los promotores del proyecto recorrían la media isla para elegir el sitio, tuvieron varios inconvenientes por la barrera del idioma.
Como él joven emprendedor hablaba inglés de manera fluida y conocía el país como la palma de su mano (trabajaba en un negocio de maquinaria agrícola), el general Antonio Imbert Barrera lo propuso como traductor. Fue así que entró en contacto con los inversionistas y supo de sus planes.
Aunque la salida de Johnson de la Casa Blanca paralizó el proyecto de la escuela naval, los inversionistas decidieron comprar 56 millones de metros cuadrados en Punta Borrachón. Por esos días, el joven ‘traductor’ había leído un reportaje en la revista “Life” sobre una película que iban a filmar en un lugar de la costa del Pacífico mexicano. Para poder alojar a los artistas y al equipo técnico, tuvieron que construir un hotel.
Los promotores del hotel pensaban que, una vez que se estrenara el filme, aquel sitio se convertiría en un nuevo destino turístico. La película era “La noche de la iguana”, basada en una obra de Tennessee Williams, dirigida por John Huston y protagonizada por Richard Burton, Deborah Kerr y Ava Gardner.
El sitio era Puerto Vallarta y la fotografías mostraba escenarios en el Hotel Rosita, el Río Cuale y las playas del Pacífico. En un momento del reportaje, Tennessee Williams recuerda un comentario que le hizo John Huston: “Puerto Vallarta es Acapulco hace treinta años”.
El filme tuvo un enorme éxito en todo el mundo. Cuando el joven dominicano se volvió a encontrar con los inversionistas norteamericanos, no les habló de su lectura en “Life”, tampoco mencionó a John Huston y mucho menos a Puerto Vallarta. Se guardó el secreto de su fuente de inspiración y les dijo directamente lo que él pensaba que había que hacer.
“Con mucha decisión les propuse construir unas cabañas para poder pernoctar. Una vez que gente famosa como ellos fueran al lugar, pasaran sus vacaciones y comenzaran a salir en la prensa, todos querrían conocer y disfrutar del nuevo paraíso que prefería la sociedad de Boston y Nueva York”, recuerda, 45 años después.
El arquitecto José Horacio Marranzini, el célebre Sancocho, acababa de hacerse una cabañita al lado de la casa de su mamá. Tenía dos habitaciones, un baño y una cocinita. Le había costado 4,800 pesos. Por eso el joven calculó que las suyas acabarían costando 5 mil, sumando el transporte hasta un sitio tan apartado.
Una semana después le preguntaron qué se necesitaba para empezar: “Un tractor —fue su respuesta—, para abrir una trocha por la costa”. De Higüey al sitio donde por fin se construyeron las cabañitas había, en ese momento, 86 kilómetros. Con el tractor se aplanaría el terreno y se abriría paso. Eso podía reducir el trayecto a 6 horas.
Luego compraron dos plantas eléctricas y, por último, construyeron una pequeña pista de aterrizaje. La mayoría de los que supieron de su empeño lo tildaron de loco. Más de una vez las fotografías de las avionetas aterrizando dentro de nubes de polvo provocaron risas y hasta burlas.
Cuatro décadas después, la cabañitas se convirtieron en uno de los destinos turísticos más lujosos del planeta. La pequeña pista de aterrizaje acabó siendo el primer aeropuerto internacional privado del mundo y el mayor de la región del Caribe.
Aunque hubo momentos tormentosos, días devastadores y años difíciles; el final de la historia, fuerza de trabajo y constancia, es feliz. Como Punta Borrachón no era un buen nombre para su sueño, Frank Rainieri decidió hacerle honor al paisaje donde acabó construyéndolo.
A Tennessee Williams le hubiera encantado conocer Punta Cana, el verdadero paraíso donde amaneció “La noche de la iguana”.

10 noviembre 2014

Mi familia

La tragedia de Cuba se puede resumir en una certeza: es el único país del hemisferio occidental que está peor que en 1959. Pero hay algo aún más grave y tiene que ver con la familia. Ninguno de los daños infligidos por la dictadura de Fidel Castro a mi país es mayor que la desintegración del núcleo donde nacimos.
El mío era el mejor del mundo. Mis abuelos, Aurelio y Atlántida, lograron que sus cuatro hijos fueran muy unidos. Caridad, Argelia, Lérida y Aldo crecieron en estaciones de ferrocarril, mientras sus padres trabajaban duro para que ellos aprendieran que esa era la única manera de tener éxito y salir adelante.
Los cuatro fueron ferroviarios. Mi tía Cary llegó a ser jefa del puerto más importante del centro de Cuba. Mi tía Titita dirigió, desde muy joven, el tráfico de los trenes de caña en los ramales de las zafras. Mi madre llegó a tener grandes responsabilidades en los Ferrocarriles de Cuba.
Mi tío Aldo, el mejor de todos, fue un verdadero artista en el arte de hacer que los trenes circularan y llegaran a su destino en hora. Pero todo eso está en el pasado. Ahora yo vivo en un país donde los trenes circulan bajo tierra y el único primo real que tengo ni siquiera mantiene comunicación conmigo.
Pero a pesar de los pesares puedo asegurar que hoy, 10 de noviembre de 2014, que tengo una familia inmejorable. Por eso estoy tan agradecido de Alejandro, Diana, Freddy, Luis, Marianela, Mario, Mayitín, Soraya y Susan. La mayoría de las veces no veo pasar un tren en todo el día, pero gracias al amor de ellos no me siento solo.

El tiempo de las ruinas

Como a muchas otras cosas en la Isla, la revolución de enero de 1959 le cambió el nombre al ingenio Hormiguero. De un día para otro, aquel próspero territorio, cubierto de cañaverales, ramales de ferrocarril y chuchos de caña, empezó a llamarse Espartaco, como el esclavo tracio.
Durante más de un siglo, Hormiguero hizo historia por su gran eficiencia. Sus cosechas duraban justo lo que necesitaba la industria para producir la cuota que le habían asignado. Por años, la fiesta de fin de zafra se celebró con la Orquesta de Chapottín, el Louis Armstrong del son cubano.
Cuando mi tío Aramís quiere recordar esa época, deja que la voz de Miguelito Cuní se oiga en los cuatro costados de su casa. Durante el medio siglo que duró la República, el batey del ingenio Hormiguero no paró de crecer. La prosperidad levantó un cine, tiendas, bodegas, pequeños chalets y  hermosos jardines.
Justo después que le cambiaron el nombre comenzó la decadencia. Nunca más volvió la Orquesta de Chapottín, jamás se oyó allí la voz de Miguelito Cuní. Durante el medio siglo que ha durado la Revolución, el batey del ingenio no ha parado de arruinarse.
Es como si una tormenta invisible hubiese demolido todo, todo excepto las antiguas chimeneas y una pequeña torre de ladrillos. Dentro de la torre hay un reloj. Aunque está intacto, permanece inmóvil, como si se negara a medir el tiempo de las ruinas. 

07 noviembre 2014

El regalo de Mayitín

Mario García Haya me ha hecho muchos, muchísimos regalos. Acabo de hacer un rápido inventario en mi cabeza y llegué a un punto donde perdí la cuenta. Algunos, los más importantes, han sido intangibles; aunque no han faltado los materiales. Todos precisos, salvadores.
Mayitín me regaló la posibilidad de querer a Soraya y a María Eugenia, quienes son parte de mi familia desde hace 14 años. También gracias a él, mi hija Ana Rosario descubrió que tenía tres primos y cuatro tíos, porque él nos llevó a conocer a Julián, Abigaíl, Paloma y Juliancito.
Nos parecemos en muchas cosas, por eso Soraya bromea diciendo que somos gemelos separados al nacer. Ambos llegamos a ser obsesivamente cuidadosos y nos preocupamos mucho (a veces demasiado) por atesorar las cosas que definen a nuestras familias y nuestro origen.
Eso me ha permitido el lujo de poder apreciar la gran obra de sus padres, Mario García Joya y María Eugenia Haya –Marucha–, dos artistas fundamentales en la segunda mitad del siglo XX en Cuba. Establecer una relación familiar con esas imágenes, me ha permitido ver a mi país desde un ángulo que yo desconocía.
Junto a Mayitín he sembrado pequeñas posturas que ahora son árboles, he ensamblado innumerables muebles de Ikea y tracé sobre la hierba lo que luego sería una casa encima de una montaña. Pero si tuviera que elegir uno entre todos sus regalos, me quedaría con esta foto.
Si para él fue importante poner los pies en el Paradero de Camarones, eso quieres decir que todo lo demás tendría que suceder. Ahora, después de esa imagen y de la aparición de Diana, somos hermanos reunidos al volver.

04 noviembre 2014

Huyendo con Fito Cabrales de mí

Supe de Adolfo Cabrales por Andrés Calamaro. El disco que más oí a finales de los años 00 fue 2 son multitud, ese maratónico álbum donde se reúne lo mejor de la gira que emprendieron juntos el vasco y el argentino. Desde entonces, “Soldadito marinero” es uno de mis himnos.
El País publicó ayer un reportaje donde Guillermo Abril —un verdadero maestro en el arte de la crónica que busca a un artista— viaja en un todoterreno hasta la guarida de Fito, en una montaña cerca de Guernica. El texto es suficiente para descubrir al rockero a través del mundo que le rodea.
Lo que se cuenta y lo que hablan también sirve como introducción a Huyendo conmigo de mí, el nuevo disco de Fito. “Espero que sea yo —confiesa Cabrales—. Es lo único que me propongo. Hay canciones que te reflejan, y otras que te salen, pero son mentira. No eres tú. Lo más difícil es encontrar el trazo tuyo. No creo que haya cosas más importantes en la música que eso”.
Fito nació en 1966. Aunque nacimos y nos criamos en dos mundos muy diferentes (él en Europa y yo en el Caribe, él en España y yo en Cuba, él dentro de una dictadura de derecha y yo dentro de una dictadura de izquierda…) nuestras referencias culturales y la edad de nuestras carrocerías (soy del 67) son muy parecidas.
Creo que ese el principio de la empatía que siento por su estética, la cual es muy bien definida por Guillermo Abril como “la marca de la casa”: “Voz aguda y aforismos poliédricos”. Ya incorporé el nuevo disco de Fito & Fitipaldis al playlist del Jeep, que es mi sala de música preferida. Desde ayer ando huyendo con él de mí.
En unos pocos días he tarareado decenas de veces “El vencido”: “Cada vez que estoy perdido/ en la noche oscura/ sé que todo lo que escribo/ a veces me mata/ y a veces me cura. (…)/ Soy el gran triunfador/ soy el vencido/ tengo un diente de oro/ y otro partido./ Mi sentido común, nunca lleva razón,/  es mi enemigo./ Si lo pienso mejor,/ si sucede otra vez/ sé que estoy perdido...”
Eso es lo que espero del rock and roll, lo que sé de mí es eso.