Una de las piezas más sorprendentes de Ikea son las sillas Poän. Fueron diseñadas por Noburo Nakamara hace 30 años.
Existe la sospecha de que, justo en esa época, presos cubanos fueran forzados a trabajar en la producción de muebles para la cadena sueca.
En 1987, la
compañía escandinava suscribió un acuerdo con las autoridades de la
desaparecida República Democrática Alemana (RDA). Fue entonces que, según el
diario alemán Frankfurter Allgemeine Zeitng, entró en escena un militar cubano.
El teniente Enrique
Sánchez producía, con un equipo de presos, muebles de jardín para los
dirigentes cubanos. Todo parece indicar que fue él quien estuvo al frente de la
tercerización. No se sabe cuánto duró el negocio; pero no debió ser mucho,
porque dos años después se derrumbó el Muro de Berlín.
Hoy el diario Granma publica una noticia sobre la
visita a Cuba de Álvaro Colom Caballero, el ex
presidente de Guatemala. La pequeña nota está acompañada de una foto donde
también aparecen el canciller Bruno Rodríguez y Rogelio Sierra Díaz,
viceministro de Relaciones Exteriores.
Los cuatro están cómodamente sentados en sillas Poän. Es muy probable que el fotógrafo tuvo que aumentarle la
velocidad a su cámara para evitar que alguno de ellos saliera borroso. Cuando
uno se reclina en esas sillas se mece por instinto, eso es prácticamente
inevitable.
En todas las tiendas de Ikea hay una urna de cristal donde someten
a la Poän a una dura prueba. Con dos brazos hidráulicos, parecidos
a las bielas de las locomotoras de vapor, empujan de manera constante el
espaldar y el fondo. En teoría, las sillas pueden resistir esa fuerza por
décadas.
Las Poän
que vemos en la fotografía han soportado aún
más, porque en ellas, además de caer el peso de la historia, se han sentado la
necedad y la miseria de un régimen que nunca tuvo escrúpulos en convertir a sus
ciudadanos en carne de cañón o esclavos.
Todo depende de las necesidades del invitado que comparta el suave
vaivén ideado por Noburo Nakamara.