14 diciembre 2013

Regálate una gran capacidad de asombro

Foto de Daniel Mordzinski.
(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos. No encuentro nada mejor para ilustrar este post que la más reciente foto que mi querido Daniel Mordzinski le ha hecho al Gabo)

Uno de los más grandes homenajes que se le han hecho a la capacidad de asombro sucede en un páramo imaginario de Aracataca. Fue en una tarde remota de Macondo, cuando el abuelo de Aureliano Buendía lo llevó a conocer el hielo.
En un lugar donde las mujeres volaban o comían tierra, donde llovía por décadas y la soledad llegaba a tener el mismo tamaño de un siglo, algo tan sencillo como el agua congelada, hecha una piedra, fue lo que más asombró a un niño que luego sería coronel y protagonista de una novela inolvidable.
La vida moderna ha pervertido nuestra capacidad de asombro. El lugar de Melquiades —aquel “gitano corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión”, que iba por los llanos enseñando el poder de un imán o unos catalejos—, lo han ocupado los mercadólogos.
Cuando José Arcadio Buendía creyó que aquel imán, “la octava maravilla de de los sabios alquimistas de Macedonia”, le serviría para sacar al oro de las entrañas de la tierra, Melquiades fue rotundamente honesto: “Para eso no sirve”. Los mercadólogos actuales, en cambio, siempre andan convenciéndonos de que compremos todo lo que no necesitamos.
Es así que nos hacen cargar con toda clase de inutilidades y andar por el mundo con un equipaje absurdamente abultado. Al paso que vamos, los centros comerciales van a lograr que siempre sea Navidad. La han adelantado tanto, que ya los bombillitos se les prenden en octubre.
Se ha pervertido tanto la esencia de la Navidad, que el Alcalde de Santo Domingo, ese comediante que no se cansa de hacernos bromas de mal gusto, ha encendido más luces que nunca en una ciudad donde sus ciudadanos sufren apagones el año entero. Para celebrar el nacimiento del hombre más austero que ha pasado por la Tierra, Roberto Salcedo comete un grotesco acto de derroche.
En varias partes de la ciudad, en cada torre y plaza pública se reproduce el  nacimiento de Jesús de Nazaret. Cuenta la historia que sus padres no encontraron una sola habitación libre en todas las posadas de Belén. Por eso María tuvo que dar a luz en un establo, rodeada de animales de corral.
La pompas, las fanfarrias y la soberbia ridiculez con que se representa esa humildísima escena, revelan la verdadera naturaleza de ese callejón sin salida que es el consumismo salvaje, esa necesidad compulsiva de ostentar lo que tenemos, lo que no tenemos y lo que no deberíamos tener.
Prueba, en esta Navidad, a no hacerle caso a todos esos que te convidan a gastar en futilidades y simplezas. Regálate una gran capacidad de asombro. Recupera ese sentimiento inexplicable que de niño te hacía abrir la boca de una manera inconsciente, cuando encontrabas algo muy sencillo que te estremecía por dentro.
Todo lo que nos rodea, estemos donde estemos, está lleno de cosas que merecen nuestras admiración. La inmensa mayoría de ellas no cuestan nada. Para adquirirlas basta con tener un chin de sensibilidad. En lugar de “adornar” tanto, reconozcamos los adornos que, de manera natural, nos acompañan todos los días.
El coronel Aureliano Buendía tuvo la vida más novelesca que uno se pueda imaginar. Sin embargo, cuando estaba frente al pelotón de fusilamiento, en el que debía ser el último instante de su existencia, se lo dedicó a recordar uno de los momentos más sencillos y humildes, el día que su abuelo lo llevó a conocer el hielo.
A todos nosotros nos pasó eso. De una manera o de otra, vivimos miles de experiencias dignas de un personaje de Gabriel García Márquez, solo que no hemos tenido la capacidad de asombro suficiente para darnos cuenta. Regálate eso, es gratis, asómbrate, solo asómbrate.

3 comentarios:

José M. Fernández Pequeño dijo...

Pues sí, estoy medio preocupado. Cada vez coincidimos más. Ahorita no nos quedará tema para discutir. A mí, que esta Navidad me sorprende sin poder gastar, me han premiado con una ardilla que se para por la ventana a verme escribir desde el otro lado del cristal. No hace nada, solo me mira paradita en las patas traseras, sin hacer movimiento apenas. Lo duro de tu reflexión es que nuestro sistema parece solo poder desarrollarse mediante esa perversión de la capacidad de asombro y la manía de comprar. Así que estamos jodido, aquel sistema no sirvió y este camina hacia el desastre.

Unknown dijo...

No hay nada en esta visión del asunto en lo que no estemos esencialmente de acuerdo. Sin embargo, quiero hacer una concesión al niño ese que no debe morir en nuestro fuero interno, hago un acto de empatía e imagino la cantidad de niños dominicanos (y no tan niños), que pueden olvidarse de otras muchas cosas y vivir esa imagen fantástica de millones de lucecitas de colores "arropandolos" por un rato. Supongo que para ellos, debe ser como estar en un sueño maravilloso. Pero entonces salta de mi memoria ochentista una frase de Frei Beto en la que comparaba los dos sistemas de entonces diciendo que el capitalismo privatiza los medios de producción y socializa los sueños; en cambio, el socialismo socializa los medios de producción pero los sueños son privativos únicamente del aparato político gobernante, el mismo que suprime sueños y derechos de los derechos de los demás. Y, coincidiendo contigo, llego a las mismas conclusiones de Mr. Small.

Elia Mariel dijo...

Un 100 para Camilo Venegas en su columna de hoy. Definitivamente la mejor forma de empezar la lectura de mis sábados.