25 septiembre 2013

Rebelión en la granja


Este fue uno de mis juguetes preferidos. Volver a verlo me ha producido una gran alegría. Gracias al blog Cuba Material, donde se atesoran verdaderas joyas de la antropología cubana, pude armar por piezas algunos de los momentos más felices de mi infancia.
Los que fuimos niños en la Cuba de los 60 y los 70 teníamos derecho a 3 juguetes al año. Siempre llegaban en julio (para que quedara claro que no tenían nada que ver con los Reyes Magos) y estaban divididos en categorías: básico, no básico y dirigido.
La granja fue uno de mis primeros básicos y casi de inmediato se convirtió en una estación de trenes. Los animales viajaban por toda la casa en un largo carguero que me hizo mi padre con pedazos de madera y latas vacías de puré de tomate, sardinas y Spam (aclaro esto para que se imaginen los vagones).
Las cercas eran los límites de mi patio ferroviario, el camión y el carretón repartían a domicilio los paquetes que llegaban en el vagón de equipajes, el tractor era usado para reparar las vías (que se extendían desde la sala hasta la cocina) y el estanque de los patos era el jardín por el que entraban los viajeros.
La cosechadora se ocupaba de mantener las líneas principales y los ramales libres de malas hierbas. En Hong Kong diseñaron una granja modelo, pero eso era algo muy difícil de entender por un niño rodeado de cañaverales por todas partes.
La caja sugiere un modo de disponer las 103 piezas, pero jamás le hice caso. En el mundo ferroviario los límites se establecen de una manera diferente y eso fue lo que hice. Les presento a la Estación Central de mi infancia. Noten el túnel que tiene debajo del balcón, de ahí salieron todos los trenes que conduje mientras fui niño. 

21 septiembre 2013

To trend or not to trend


(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos)

Todas las generaciones tienen cosas de las que vanagloriarse y cosas de las que avergonzarse. La historia que las acompaña define su identidad y luego se convierte en su nostalgia, en eso que les permitirá envejecer sin dejar de llevar el ímpetu de la juventud por dentro.
A mi generación le tocó nacer en una de las épocas más revolucionarias. Luego crecimos cuando la música se revolucionó como pocas veces y maduramos mientras se producía la más  grande revolución que hayan tenido jamás las comunicaciones.
Podría asegurarse que, incluso los más conservadores de nosotros, llevan un gen revolucionario en alguna parte de su ADN. Nacimos en la década de la Primavera de Praga, Mayo del 68 y la Revolución Cubana (no me refiero al reducto de octogenarios que sostiene una dictadura, sino al ejército de muchachos, barbudos y utópicos, que tomó al futuro por asalto).
Luego nos tocó crecer con la mejor banda sonora posible. Los dioses del rock and roll construyeron para nosotros unas escaleras al cielo. Y por ellas subimos, confiados de que a la altura del año 2000, el mundo sería tal como nos lo habían prometido los tipos más soñadores que teníamos a nuestro alrededor.
El cambio de siglo y de milenio no pudo ser más decepcionante. Es cierto que a finales del siglo pasado se derrumbaron las dictaduras socialistas de Europa, pero la unificación de Alemania solo consiguió que los mapas cambiaran de color.  
La demolición en Berlín de la muralla más oprobiosa que ha construido el hombre, no tuvo el mismo impacto en la imaginación de las futuras generaciones que los sucesos de Praga, París y Tlatelolco. Poco a poco las ideas y las convicciones han ido perdiendo terreno frente a las tendencias.
Como dice Kevin Johansen, ahora todo tiene logo y si no tiene, falta poco. Incluso los iconos más reconocibles e inspiradores, tipos como Einstein o Lennon, se han convertido en adornos que a es vela gente lleva en el pecho por chulería, pero no porque signifiquen algo.
Tanto nos hemos acostumbrado a la banalidad, que somos capaces de salir corriendo a buscar un par de zapatos con la punta aún más fina, porque los que tenemos la tienen fina, pero no tanto, y los demás pueden pensar que nos hemos quedado atrás.
Si usted se asoma ahora mismo en un centro comercial, descubrirá que todos parecen estar uniformados. Las tendencias se asimilan en masa y por temporadas, sin hacer el más mínimo cuestionamiento. Cada cuatro meses se cambian roperos enteros por tal de parecerse a los muñecos que hay en los escaparates de las tiendas.
La música de moda lleva tanta velocidad que no le da tiempo a decir nada. Por eso se está extinguiendo aquella antigua costumbre de oír las canciones. Ahora, cuando alguien pone a su cantautor preferido, lo usa como un sonido de fondo, para ponerse a conversar o a chatear, pero no para realmente escucharlo.
Los gurús de las comunicaciones aseguran, con razón, que vivimos en la era de la reputación. Ahora se puede medir, en tiempo real, la percepción que tienen los demás de todo, desde la más grande transnacional hasta el individuo más solitario y anónimo del planeta.
Pero esa gigantesca capacidad que disponemos para compartir cosas, la mayoría de las veces se desaprovecha en frivolidades y ridiculeces. A lo mejor estoy equivocado, quizás es que ya empecé a envejecer y estos son los primeros síntomas de mi decrepitud.
Si es así, les pido que me disculpen. Pero hablo desde el punto de vista de una generación a la que los dioses del rock and roll le construyeron escaleras al cielo. Por eso ahora hago el esfuerzo de mirar desde arriba: Al final tender o no tender es irrelevante. La cuestión sigue siendo ser o no ser.

20 septiembre 2013

Los pensamientos


No sé crear cosas que no existen
ni apuntar frases
que no se hayan dicho
miles de veces
con suficiente anterioridad.
Nunca se me ocurre
disponer las palabras
en un orden
distinto
al que ya tenían
cuando las encontré.
Me es imposible silbar
una música
de mi propia inspiración.
Todas las canciones
que me sé
son ajenas
como también
son de otros
los pensamientos
que más te gustan de mí.

Mi fantasías
son escasas y limitadas.
La mayoría de las veces
solo sueño
con el camino de regreso a casa.
Por eso me concentro en intuir
los motivos indispensables
para volver al calor de tus brazos.

19 septiembre 2013

Bohemio


Hace 13 años que vivo en Santo Domingo. Si tuviera que hacer la banda sonora de mi larga estancia en República Dominicana, estaría plagada de canciones de Andrés Calamaro. El Salmón me ha acompañado en los mejores tiempos y en los peores, en la salud y en la enfermedad.
Asocio cada época mía aquí con discos de Calamaro. En los inicios, por las redacciones de dos periódicos, suenan Los Rodríguez, Alta suciedad y Honestidad brutal. Un trecho difícil, muy difícil, que acabó con una mudanza de lunes a viernes a Santiago de los Caballeros, lleva el caos y la rabia de El salmón.
El cantante y El regreso iban y venían conmigo por la autopista Duarte. Gracias Andrés y a los muchachos de la Bersuit Vergarabat nunca me quedé dormido, por altas que fueran las horas de la madrugada me mantuve atento, soñando despierto.
Volví a Santo Domingo a bordo de El Palacio de las Flores y comencé una nueva vida con La lengua popular. Caí de nuevo, esta vez desde más alto que nunca y me hundí como un barco. Era la época de On the rock. Me da la impresión que le debo mi sobrevivencia a esas canciones y a Diana Sarlabous.
Bohemio, el nuevo disco del Salmón, parece compuesto para el momento que vivimos Diana y yo. Cuenta nuestra vida en común, le pone música a cosas que hasta ahora respirábamos en silencio. No puedo decir si es bueno o malo, cuál canción prefiero o cuál no. Lo oigo de corrido, sin parar, una y otra vez.
Al final creo que solo se trata de la crónica de mi felicidad. Tal como reza en "Inexplicable": “Para que querer a nadie más,/ que a esa muchacha que se quedó junto a mí,/ cuando yo la necesitaba,/ nadie estuvo tan cerca de mi corazón.../ ¡Mi corazón que no tiene lugar para nadie más!”.

5.5 gramos de café


Esta máquina es perfecta.
Alcanza en pocos segundos
la temperatura precisa
que necesita una cápsula
con 5.5 gramos de café.
Una lámina de plástico fino
impide el contacto
entre el estuche de aluminio
y los granos molidos.
Gracias a eso,
16 variedades de sabores
y 900 aromas reconocibles
se mantienen
herméticamente sellados.

Pero sin el albor
de tus ojos azules
de nada sirven
todas esas maravillas
de la ingeniería,
la física y la química.
No serán la luz y el aire
los que arruinen
esta obra de arte
que acabo servirme
en una taza de porcelana,
será tu ausencia.

17 septiembre 2013

Hubo un país donde nunca era el lugar ni el momento


Silvio Rodríguez ha trocado y extraviado ya tantas cosas, que perdió hasta la capacidad de sorprendernos. Sus palabras sobre la célebre estrofa de Robertico Carcassés han sido justo las que esperábamos, hechas a la medida del personaje que él encarna en la Cuba actual: un anciano conservador y lisonjero que eterniza dioses del ocaso.
—Creo que Robertico cometió una gran torpeza al escoger el acto por la liberación de Los Cinco para lanzar su pliego de reclamaciones —dijo el autor de ‘Debo partirme en dos’—. Hubiera preferido que lo hiciera en otro concierto, en un disco, en otro ámbito, porque considero que la lucha por la libertad de Los Cinco es una bandera sagrada del pueblo de Cuba, muy por encima de otras consideraciones”.
Llama poderosamente la atención que lo sagrado para Silvio sea la lucha por la libertad de los 5 u 4 (ya saben, la conformación de los espías ahora se parece a la de aquel grupo de ciegos) y no la lucha por las libertades de todos los cubanos.
Ya una vez, cuando Pablo Milanés dijo lo que pensaba sobre su país, Silvio reaccionó de inmediato. Entonces, también la pareció que no eran ni el momento ni el escenario adecuados. Es inconcebible que un individuo que ha dicho cosas tan hermosas de la libertad, insista tanto en que se la quiten o administren a los demás.
La actual actitud de Rodríguez explica por qué sus composiciones actuales son tan mediocres. Imagínense el debate interno que debe sufrir cada vez que se le ocurre una canción. ¿Serán el lugar y el momento adecuados?, se preguntará. Por eso al final del viaje, cuando por fin pone lo hallado, nada se salva… ¡ni con arreglos de Robertico Carcassés!
El Cardenal Ortega de la cultura, como le llamaron hoy en las redes sociales, ahora prefiere pensar lo que dice en lugar de decir lo que piensa. No satisfecho con eso, también pretende que los demás hagan lo mismo. Mientras tanto, dos viejos bueyes siguen arando el porvenir de todos nosotros, sin permitir que retoñe la más mínima esperanza.

15 septiembre 2013

Los 52 segundos más largos


Los 52 segundos más largos en la historia de la televisión cubana estuvieron a cargo de Robertico Carcassés. Su grupo Interactivo tocaba en la Tribuna Antimperialista de La Habana, en un acto oficial por la libertad de los 5 u 4 (en materia de espías cubanos mis matemáticas fallan).
—Yo quiero que liberen a los cinco héroes y que liberen a María, sí, a María. Libre acceso a la información, para tener yo mi propia opinión. Yo quiero elegir al presidente con voto directo y no por otra vía. Ni militantes ni disidentes, cubanos todos y con los mismos derechos —fue todo lo que dijo Carcassés.
Mientras improvisaba, Interactivo le seguía con un coro: “Quiero, acuérdate que siempre quiero”. Ese párrafo, dividido en estrofas o de corrido, es esencialmente revolucionario. En cualquier país del mundo esas palabras serían aplaudidas por los más progresistas. En cualquier país del mundo que no sea Cuba.
Según Café Fuerte, un técnico de la televisión cubana aún no se explica cómo pudieron llegar a toda la isla esas 51 palabras. Para un hombre tan entrenado en la censura y la autocensura, resulta inconcebible que fallaran todos los protocolos. Una de las primeras reacciones fue de Edmundo García.
Después de ser condenado a prisión por traficar obras de arte, de exiliarse y de inxiliarse, Edmundo se ha convertido en una penosa marioneta en un medio “subversivo” de Miami. Cumpliendo con ese rol, se sintió en la obligación de condenar a Robertico (Carcassés hace arte y García lo trafica, por eso resulta contradictorio que alguien prefiera al segundo).
“Desafortunada y oportunista además de irrespetuosa la actuación de Robertico Carcasés. Pero una golondrina no hace un verano”, dice el tweet del inmundo Edmundo. Hoy en la mañana se supo que el grupo Interactivo y Robertico Carcassés no podrán volver a presentarse en un escenario cubano. La medida, según se dice, es indefinida.
En la contraportada de Segunda cita, el más reciente disco de Silvio Rodríguez, hay una escalera de caracol. Rodríguez aparece sentado —fueron tantas las sillas que lo convidaron, que al final (ac)cedió— y Carcassés de pie, a su izquierda. Esa foto, que a lo mejor es la última donde los veremos juntos, es la mejor ilustración para este post.
En Cuba, hoy, ya no se trata de los que han luchado toda la vida, sino de los que están dispuestos a hacerlo otra vez, aunque apenas sea por 52 segundos.