12 mayo 2013

Un barco ruso


Cuando vi al tren de Sagua, en el andén #3 de Santa Clara, recordé el capítulo final de El gran bazar del ferrocarril, donde Paul Theroux cuenta su experiencia en el expreso transiberiano. Los pasajeros que miran por las ventanillas, parecen estar en la helada estación de Tijookeanskaya, en Najodka, y no en el mismo centro de Cuba, en el corazón del Trópico.
Los vagones son antiguas casillas rumanas. Aunque eran vagones de carga, con dos filas de asientos y cuatro ventanillas parecen aptas para el transporte de pasajeros. El conductor del tren luce más fatigado que el oso pardo del Zoológico de La Habana. Permanece apostado en la última puerta del último vagón, haciendo cuentas con un bulto de boletines.
El zumbido de la locomotora soviética, una vieja Tem 4 de la década del 60 del siglo pasado, es el principal ruido de la ciudad. El resto de los sonidos está compuesto por voces, cascos de caballos y ruedas de carretones sin engrasar. La máquina está sola, no hay nadie en su cabina. Nada indica que el tren partirá en algún momento.
Como un barco ruso, anclado en un país que tampoco se mueve, el tren de Sagua permanece en el andén #3 de Santa Clara. Los pasajeros siguen mirando por las ventanillas y el conductor no para de hacer cuentas. A nadie parece preocuparle que las horas pasan.

1 comentario:

Diana S. dijo...

Cucho, la botaste!