16 febrero 2013

Narciso y Quasimodo en Santo Domingo


(Escrito para la columna Como si fuera sábado de la revista Estilos)

En su disco “Giros”, de 1985, Fito Páez canta una hermosa canción que no tuvo mucha suerte. A casi todos se nos ha olvidado “Narciso y Quasimodo”, aquel rocanrol que hablaba de los que lo dan todo y se quedan solos, “sin jamás poder establecer contacto”.
Cada día, en la República real o en la Dominicana virtual (ese país paralelo que sucede en las redes sociales), uno se encuentra con gente buena con las mejores intenciones. La suma de ellos daría un número mucho mayor al de los otros, esos que empujan a la nación hacia un desatino inviable.
A raíz del más reciente descalabro nacional, donde el despilfarro y la corrupción provocaron un hoyo financiero sin precedentes en la historia  democrática del país, los jóvenes dominicanos comenzaron a compartir ideas en voz alta. A todos los movía un mismo combustible: la indignación.
Algunas de las más importantes movilizaciones ocurrieron en el Parque Independencia o frente a la Fundación Global; otras, en cambio, fueron convocadas en las redes sociales. Allí también acudió una multitud de dominicanos que ya no estaban dispuestos a ser indiferentes y a quedarse callados.
Una de las mejores maneras que se tiene ahora de contar lo que se dijo y se hizo en esos días, es reuniendo la gráfica que se produjo para cada movilización. Decenas de diseñadores crearon obras que, más allá de su valor circunstancial, pueden atesorarse como verdaderos ejemplos de la creatividad dominicana.
Hace ya 10 años que conocí a Mario Dávalos, Maurice Sánchez y Ángel Rosario. En aquel momento ellos tres acababan de crear el colectivo Shampoo, donde estaban dispuestos a “lavarnos el cerebro” con un arte provocador, sin prejuicios ni concesiones estéticas.
Por ellos descubrí a todo un movimiento de jóvenes, creativos y diseñadores, que producían y compartían en galerías y colmadones (aún no existían las redes sociales) una gráfica verdaderamente revolucionaria. Entre ellos sobresalía ModaFoca, donde Ian Víctor y Jorge González traducían a íconos las claves de la cultura popular dominicana.
Por esa misma época llegó Roberto Salcedo a la alcaldía del Distrito Nacional. Durante sus primeros meses de labor se produjo un cambio alentador. Parecía que los espacios públicos dejaban de estar en manos de la politiquería y empezaban a trazarse con el criterio de los urbanistas.
La alegría no duró mucho. Pronto Salcedo confundió a la ciudad con una escenografía y comenzó a hacer chistes sobre ella. Una de sus peores bromas fue el Zooberto, un terrible parque que, cada vez que un visitante lo descubre, convierte a Santo Domingo en un hazme reír.
Es una lástima que tantos creadores capaces, con tantos deseos de hacer cosas positivas por su ciudad, no tengan acceso, por ejemplo, a las vallas del Ayuntamiento. Esos espacios, que pagamos todos con nuestros impuestos, deben destinarse a promover una verdadera cultura ciudadana y no el ego de  Salcedo, quien ha llegado a ilustrar un mensaje a favor de la mujer con su propia cara.
Santo Domingo fuera una ciudad muy diferente si la creatividad de sus artistas tuviera más espacio en ella. En su canción, Fito Páez se pregunta para qué y por qué estamos distanciados, de ahí en adelante comienza a buscar la manera de establecer contactos. Los que viven y crean en la capital dominicana tienen que hacer lo mismo. Ya Narciso se ha expresado demasiado, es hora de que lo haga Quasimodo.

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