04 mayo 2012

El zoológico de cristal*

 
En el batey del ingenio Hormiguero había un zoológico. Al final de un laberinto de hiedras y arbustos desconocidos, estaban las jaulas. Como una de las hijas de don Fernando De la Riva padecía de claustrofobia y aborrecía cualquier tipo de encierro, tuvieron que retirar los balaustres y en su lugar pusieron gruesos cristales.
Un león de los pantanos del Okavango, un tigre siberiano, un oso pardo y una infinidad de monos procedentes de las más remotas latitudes, permanecieron allí por años. El zoológico de cristal del ingenio Hormiguero fue la gran atracción de la zona y el trasfondo de innumerables fiestas de quinces y bodas.
En la noche, los rugidos de aquellas fieras se escuchaban aún más alto que el ruido incesante de la maquinaria del ingenio. Nunca le faltó nada a ninguno de aquellos animales. Cada semana se sacrificaba un toro para los felinos y en el tren de la madrugada, con toda puntualidad, llegaba desde La Habana una caja con salmones de Alaska para el oso.
Cuando la familia De la Riva abandonó el país, a mediados de 1960, le fue imposible cargar con sus fieras. El león del delta del Okavango, el tigre siberiano, el oso pardo y la infinidad de monos pasaron a formar parte de los bienes intervenidos por el Gobierno Revolucionario.
Muy poco tiempo después el oso tuvo que acostumbrarse al sabor a tierra de las biajacas.  El león y el tigre aprendieron a comer del mismo salcocho que les daban a los cerdos. La mayoría de los monos se murió de una enfermedad fulminante y los que quedaron fueron desapareciendo poco a poco.
En los días más tensos de la zafra del 70, hubo un problema con el abastecimiento de comida y el central amaneció sin nada que echarle a los calderos para el almuerzo. De inmediato alguien dio la orden de que se sacrificaran las fieras del zoológico. El asunto se manejó con tanta discreción, que ninguno de los obreros supo que aquel fricasé era de tres carnes: león, tigre y oso.
Pocos días después, el nuevo administrador del central hizo que colgaran la cabeza disecada del león en su oficina, entre una foto de Camilo Cienfuegos y otra de Ernesto Guevara. Los tres, tanto el felino como los guerrilleros, lucían unas melenas impecables.

*Este texto está incluido en ¿Por qué decimos adiós cuando pasan los trenes?, el libro que se presentará el próximo lunes, a las 7 de la tarde, en Casa de Teatro, Santo Domingo.

7 comentarios:

Napo dijo...

Desgarradora historia que a algunos probablemente les dé risa. A mí me ha llenado de una tristeza que hacía tiempo no sentía.

Carlos Alberto Montaner dijo...

Me encantó ese texto. ¿Es cierta la anécdota? No tenía ni idea.

Luis Beiro dijo...

Hola, Camilo
Me agradó mucho saber la noticia de tu nuevo libro, supongo que contiene tus sabrosas columnas de El Fogonero. Te felicito y lo asumo como mío. Trataré de conseguir en Cuesta un ejemplar para escribir sobre él.
Me hubiera gustado acompañarte en tan importante día para todos tus amigos. Pero sabes que ya mis andanzas nocturnas por la ciudad están limitadas.
Un abrazo, y siempre a tu lado

Belkis dijo...

Ay Camilito yo quisiera saber como es que tu haces para convertir esas bestialidades de los guajiros cubanos en unos poemas bellisimos. Tu prosa es musica en mis oidos.
(No se poner los acentos aqui y odio escribir en mayusculas, perdona)

Anónimo dijo...

GENIAAAL!

Anónimo dijo...

Camilo , ?sabes algo de gual fue la causa del fallecimiento del toro Rosafe signet?

sonora y matancera dijo...

elegante narrativa con tema animal, perfecto.