Cuando un individuo, sea quien sea, decide sostener una
convicción hasta que el hambre lo mate, merece un respeto que ya el gobierno
cubano no está en condiciones de ofrecer. Wilmar Villar Mendoza, como Orlando
Zapata Tamayo, tenía cara de humilde, de proletario, de héroe socialista. Tanto
ha envejecido la revolución, que ahora esos son sus enemigos.
Hombres como ellos, motivaron algunas de las mejores
canciones de Silvio Rodríguez en los años sesenta. Lástima que ahora el
trovador, viejo y poco inspirado, se haga el de la vista gorda (o el loco) para
enfocarse en apenas cuatro presos (hay un quinto que ya disfruta de libertad
condicional).
Ninguno de los cinco espías del régimen cubano ni siquiera
ha insinuado que hará una huelga de hambre (para eso sí hacen falta un par de cojones).
Cada vez se les ve más rosaditos. Disfrutan de un libre acceso a internet, publican
todo lo que se les ocurre, se reúnen a menudo con sus familiares y hasta
llegaron a compartir con una compañía de vejigos que actúan.
Los presos comunes en Cuba (Silvio lo sabe bien, pudo entrar
a sus celdas) están mal alimentados y no tienen el más mínimo contacto con el
exterior. En el caso de los prisioneros de conciencia todo es mucho más
paupérrimo aún. Una vez que se cae ahí, el hambre es el único medio de
expresión con el que se cuenta.
Wilmar Villar Mendoza era uno de esos hombres con los que
José Martí (quien sí fue poeta hasta el último día) quiso su suerte echar. Que alguien
tenga que morir de inanición para poder decir lo que piensa, lo explica todo.
Que eso ya no movilice a cantores, poetas o intelectuales que se autodefinen
como revolucionarios, avergüenza.