27 octubre 2011

La roca que ataja al Hanabanilla

El Nicho ya no se parece al pueblecito que conocí hace 32 años. La mayoría de sus habitantes le han dado la espalda a los cafetales y se han sentado a esperar por los turistas. Para eso tienen una excusa: cada vez son más los que quieren “ver cómo baja/ del monte el Hanabanilla/ y cómo choca en la orilla/ de la roca que lo ataja”.
Todas las veces que me bañé en esas pozas fue en condición de prófugo. Nos escapábamos de la escuela y nos perdíamos dentro de los chorros de agua. Así nos librábamos de extenuantes jornadas recogiendo café. Fuimos sorprendidos dos veces. La primera nos costó un acta en el expediente. La segunda, además, un fin de semana sin pase, haciendo guardia vieja.
Aunque el agua estaba muy fría y no había sol, decidí volver a bañarme en el punto donde el río Hanabanilla sale del vientre de la montaña. Diana, solidaria, quiso acompañarme. Nos mantuvimos dentro del caudal un buen rato. Medimos nuestras fuerzas con las del río. Por más que nadábamos contra su corriente, él nos mantenía en el mismo lugar.
Muchas partes de El Nicho me resultaron irreconocibles. La cueva del Agua fue tomada por las avispas, los secaderos lucen abandonados, los cafetales están llenos de maleza y algunos campesinos han hecho restaurantes en los ranchos donde antes almacenaban sus cosechas. Otros se ofrecen de guías.
Aunque es la primera vez que me baño en los saltos del Hanabanilla sin tener que huir de nadie, me seguí sintiendo un prófugo. Nada me libró de eso. Ni siquiera la certeza de estar en uno de los lugares a los que más deseé volver, por años y años.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Detesto el agua fría, pero esa foto da ganas de lanzarse.
Creo debe ser un buen ejemplo del paraíso aquel...

Ania Puig Chang dijo...

Pues estuve allí,cuando aún estudiaba en la elemental en Sta Clara con la orquesta de cámara de mi escuela y yo guitarra en mano..para cantarles un miércoles.. creo, dia de recreación..a los chicos..dios,era un lugar irreal..y el trayecto,lo mismo..