28 agosto 2009

Las banderas como vendas

El gobierno cubano le acaba de negar el Permiso de Salida a 30 jóvenes universitarios que habían recibido becas para participar este verano en dos programas en instituciones académicas de Estados Unidos.

Según un reportaje de Wilfredo Cancio Isla en El Nuevo Herald, la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana lazó la convocatoria para las becas a mediados de 2008 y en pocas semanas recibió “una avalancha de solicitudes”.

“Lamentamos la decisión del gobierno cubano de no permitir la participación de sus ciudadanos en estos proyectos, pero continuaremos brindando oportunidades para que los cubanos participen en este tipo de programas educativos, los cuales ofrecemos a estudiantes de todo el mundo'', dijo Sara Mangiaracina, portavoz del Departamento de Estado.

El gobierno cubano le ha ofrecido becas a decenas de estudiantes estadounidenses y ha protestado con energía cuando a ellos o a otros ciudadanos norteamericanos se les ponen trabas para que viajen a Cuba. Algunos de esos estudiantes han llegado a graduarse de médicos y ese logro ha sido difundido con efusividad por La Habana.

En sus reflexiones, el Comandante en Jefe ha reclamado con insistencia el derecho de los ciudadanos norteamericanos de viajar con libertad. Sin embargo, nunca ha dicho ni una palabra sobre por qué él mismo ha privado a sus compatriotas de ese derecho durante medio siglo.

El caso de los jóvenes universitarios cubanos es una buena coda para la poética carta que le envió Silvio Rodríguez a Pete Segeer. “Traté de volver a estar contigo hoy, pero, como bien sabes, no me dejaron llegar los que no quieren que los Estados Unidos y Cuba se junten, se canten, se hablen, se entiendan”, escribió entonces el autor de “Me acosa el carapálida”.

Silvio tiene razón. Cada vez son más los que tratan de usar las banderas como vendas en el estrecho de la Florida.

26 agosto 2009

Hambre

El invierno de 1931 y una España en la víspera de la II República, no era una situación más dramática que el verano de 1993 en una Habana en pleno Periodo Especial. Por eso en el estreno de Belle Époque, la ya célebre película de Fernando Trueba, sólo hubo una escena que provocó una gran exclamación colectiva donde se oyeron aplausos, gritos y ese “¡ñooooo!” que sólo les sale a los cubanos.

No fue un personaje, ni un chiste, ni un desnudo. Ni el Juanito de Gabino Diego, ni los parlamentos de Fernando Fernán Gómez, ni el cuerpo de Maribel Verdú, nada animó más al público del Acapulco aquella noche que un pan con tortilla que aparece en primer plano por unos pocos segundos.

Hoy se ha lanzado en Internet la campaña internacional Jama y Libertad, reclamando la excarcelación del ciudadano cubano Juan Carlos González Marcos, Pánfilo, quien fue condenado a dos años de privación de libertad por hacer un reclamo en público: “¡Lo que nos hace falta es un poco de jama que estamo' en candela! (…) ¡Hace falta comida que hay tremenda hambre…! Te lo está diciendo Pánfilo en Cuba: ¡Comida!”.

Cuando me uní en Facebook a esa acción solidaria por la libertad de expresión en Cuba, recordé aquella noche en que cientos de espectadores cometimos el mismo delito que Pánfilo. Cuando se acabaron los créditos y se encendieron las luces de la sala, todos aplaudieron a la película. Pero ya en la calle, cada quien cogió por su lado con la misma frase en la punta de la lengua:

−¿Tú viste que clase de pan con tortilla? ¡Ñooooo!

¿Para dónde doblamos ahora, Bob?

No todas las voces son buenas compañeras de viaje. Yo por ejemplo, tengo una reducida lista para ese momento en que Perla Negra sale a las aguas abiertas de una autopista y pone proa a un largo destino. Para llegar a esa conclusión, me he basado en la lista de reproducciones de mi iPod.

En los últimos meses Andrés Calamaro, Bob Dylan, Jorge Drexler, Lucinda Williams y Paquito D’Rivera (su saxo es también una voz) tienen una gran ventaja sobre sus más cercanos seguidores, un grupo de diez o veinte apellidos muy sonoros de los que no puedo prescindir al menos una vez por semana.

Hoy El País publica una singular noticia. Para los que suelen viajar con la música de Bob Dylan de compañía, dos empresas británicas utilizarán su voz en un nuevo servicio de navegación por satélite (GPS). Aunque él mismo se ocupó de anunciarlo, advirtió a los futuros clientes de la singular “brújula” de los riesgos que corren.

“No creo que sea la persona indicada para orientar a nadie, yo siempre acabo en un lugar, la avenida Soledad. Por suerte no estoy completamente solo: Ray Charles me lleva hasta allí”. Mientras Ray lleva a Bob, Bob lleva a otros y así sucesivamente. Ese es el laberinto de la modernidad en la que nos hemos metido.

Ya no basta con oírle decir las cosas más increíbles y hermosas desde una mínima caja de metal y plasma. Ahora, además de impulsarnos con sus metáforas, a Bob le podremos preguntar hacia dónde doblar en la próxima esquina.

“Creo que sería interesante que puedan escuchar mi voz cuando busquen direcciones. Diría algo así como: A la izquierda en la próxima esquina… No, mejor a la derecha… ¿Sabes qué? Sigue recto”, sentencia Bob. Envidiable lucidez, ¿no? Sobre todo cuando uno sufre tanto con la depauperada imaginación de otros a los que alguna vez llegamos a comparar con él.

20 agosto 2009

La camisa negra era de Voltaire

Sí, Juanes se quitó la camisa negra para meterse en una de once varas. Según un reporte de prensa, la estrella del pop latino se presentó en el Departamento de la Policía de Key Biscayne, en el condado de Miami-Dade, para denunciar una supuesta amenaza de muerte en su página de Twitter.

Según el exitoso intérprete, que pretende ofrecer un concierto por la paz en la Plaza de la Revolución de La Habana, junto a Silvio Rodríguez, Miguel Bosé y Amaury Pérez, entre otros, un anónimo le escribió la frase “Odio lo que estás diciendo, pero morirás defendiendo tu derecho a decirlo”.

Si Juanes se hubiera leído a Voltaire alguna vez en su vida, probablemente escribiera mejores letras y, de paso, hubiera entendido lo que le querían decir. El filósofo y poeta frances, quien fue despiadado con Rousseau por su sensiblería e hipocresía, dijo una frase que muchos han citado muchísimas veces: “No comparto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”.

Este incidente y la ya probada inopia del intérprete colombiano, explican mejor su empeño en cantarle a la paz en una isla donde eso es prácticamente lo único que sobra. Por eso le sugiero a los próximos que se les ocurra escribir algo inteligente en la página de Twitter de Juanes, que se expliquen mejor y que, de haberla, citen la fuente.

Recuerden que como también dijo Voltaire, “la idiotez es una enfermedad extraordinaria, no es el enfermo el que sufre por ella, sino los demás”.

19 agosto 2009

Cuando habla, Juanes es todavía más elemental que cuando canta

Una de las cosas por las que nunca he podido oír una canción de Juanes hasta el final, es por las frases bobaliconas y las rimas demasiado fáciles con la que entreteje sus pobres estrofas. Cuestión de gustos. Los boleros, las trovas y el rock me enseñaron a soñar por la oreja (y aquí le pido prestada la expresión al entrañable Joaquín Borges Triana).

No es que quiera restarle mérito al colombiano, alguno tendrá cuando ha logrado tanto éxito en todo el continente. Lo que me pasa con él es que había podido ignorarlo hasta que se le ocurrió cantarle a la paz en uno de los lugares del hemisferio donde más se ha hablado de guerra: la Plaza de la Revolución de La Habana.

Debo aclarar que no estoy en contra de que lo haga, ni siquiera a sabiendas de que ese acto será utilizado por el régimen cubano y sus corifeos. Sigo pensando que todo eso no es más que júbilo hervido con trapo y lentejuelas. Pero el inefable Juanes acaba de dar unas declaraciones en El País que no puedo pasar por alto.

“Miami y Cuba son dos hermanos que se detestan profundamente”, dice el autor de “La vida es un ratico”. Cuando habla, Juanes es todavía más elemental que cuando canta. Por eso confunde al pueblo de Cuba con la dictadura que lo ha sumido en la miseria y al exilio de Miami con la caricatura que esa propia dictadura ha urdido.

El pueblo cubano sigue siendo uno solo, Juanes, a pesar de que 50 años de criminal represión trataran de dividirlo en dos bandos irreconciliables. La inmensa mayoría de los que irán a escuchar tus canciones en la Plaza de la Revolución, sobreviven por las remesas que les envían desde el exilio sus hermanos, primos o tíos. El odio no es entre la gente sino contra los que te han permitido cantar.

Celia Cruz se murió sin poder volver a su patria; los mismos que ahora te han dado el visto bueno a ti, le negaron ese derecho a ella. Hace apenas unos meses, Willy Chirino pidió permiso para que uno de sus conciertos en Miami se proyectara en una pantalla gigante en La Habana, ni siquiera se molestaron en responderle. Ninguno de los artistas que promueven ahora tu concierto, hicieron nada por propiciar un acercamiento con su compatriota.

No es un problema de odio, muchacho, es de intolerancia. Para resumirlo con una de tus versos más simplones: “Si tu me pagas con eso, yo ya no te doy más de esto, amor”.

18 agosto 2009

Los antídotos

Hacía tiempo que no me compraba un disco y, lo que es peor, hacía tiempo que no sentía la necesidad de hacerlo. El sábado pasado se confabularon muchas cosas y todas ellas me empujaron hacia Musicalia. La muerte de un querido amigo de la infancia, la lejanía de Ana Rosario, la lluvia y dos o tres cosas más (sobre todo una), me hicieron un ser demasiado falible y lo más recomendado en esos casos es una coraza de canciones. A mediados de los noventa, por los años en que la miseria del Periodo Especial arremetió con más saña, Zilma y yo recibimos una remesa de la tía Dora. Después de apartar el dinero de la leche y los cereales de Ana Rosario, quedó una pequeña cifra y salimos a gastarla. Anduvimos toda La Habana en bicicleta sin saber en qué invertir aquellos pocos dólares, hasta que en una extraña tienda de Miramar dimos con un CD de un concierto de Annie Lennox en el Central Park.

Aquella noche pasamos hambre, pero oímos el concierto tres veces seguidas y eso fue suficiente para irnos a la cama satisfechos. El sábado pasado, en Musicalia, di con el DVD de aquel espectáculo grabado el 8 de septiembre de 1995. Ver lo que tanto había oído, incorporarle luces, gestos y vestuarios a todas aquellas melodías fue un raro y feliz ejercicio retrospectivo que, afortunadamente, esta vez no comprometió mi cena.

Cuando ya me iba de la tienda de discos, encontré una compilación con dos álbumes de la primera etapa de Andrés Calamaro. Desde entonces esa es la banda sonora de Perla Negra (mi Chevrolet Tracker). Ese hallazgo tardío de tantas canciones tan buenas me obligó a una extraña pregunta: ¿Y si yo las hubiera oído en la época en que fueron compuestas, cuánto me habrían ayudado, cuán distinto me hubiera hecho su influencia?

Suelo valerme de los versos de las canciones que me gustan para muchas cosas en mi vida cotidiana, es por eso que lamento tanto no haber oído en su momento a “Nadie sale vivo de aquí”, “Pasemos a otro tema”, “Con la soga al cuello”, “Adiós, amigos, adiós” y “Dos romeos”, entre muchas otras.

Aún no para de llover, Ana Rosario sigue lejos y la mayoría de las cosas que hicieron del sábado pasado un día tan extraño aún están vigentes. Pero con los gestos de Annie Lennox y las viejas ocurrencias de Calamaro todo es bien distinto. Ahora soy menos falible y más feliz. Los antídotos funcionaron.

14 agosto 2009

A ver, Gabi, dime

Todos nos creíamos eternos cuando nos bebíamos aquellos alcoholes destilados de la peor manera. Miel de purga, levadura y fuego lento. Luego, del otro lado del serpentín, salía gota a gota el calambuco. Cada vaso recobrado era repartido a partes iguales con algunas gotas de limón y los ojos cerrados, para aguantar el golpe.
A Gabi, Evián, El Chambón, El Chiqui, Alexis y a mí nos tocó nacer y crecer en el Paradero de Camarones. Un punto perdido entre un mar de cañaverales y el ruido de los trenes que siempre pasaban de largo. Eso nos hizo, de alguna manera, inseparables. Compartimos en raciones idénticas los días de mayor pobreza y los momentos de júbilo.
Los baños en el charco del Tranvía, los juegos de pelota en el potrero de La Quinta, los carnavales de San Fernando, las vueltas en redondo al parque de Cruces y, en el caso de Gabi y mío, alguna que otra novia y la suerte de dos hermanas que nos rifábamos antes de que el pueblo se durmiera, para luego llevárnoslas al cañaveral de Ciprián Piz.
Cada vez que me imaginaba el día de mi regreso, pensaba en el abrazo que Gabi y yo nos daríamos. De todos nosotros, él era el que sentía más apego por el pueblo. A principio de los años noventa intentó vivir en Panamá, pero unas pocas semanas después se dio por vencido y se fue al aeropuerto con su pasaje de regreso.
Nunca más se le ocurrió alejarse demasiado de los bancos de la Esquina, el único sitio donde suceden las pocas cosas que pasan en el Paradero de Camarones. Allí estuvo hasta la semana pasada, en que una úlcera sangrante le costó la vida. Nos creíamos eternos cuando nos bebíamos aquellos alcoholes destilados de la peor manera, pero Gabi nos ha hecho quedar mal.
Ahora, antes de volver a imaginarme el día de mi regreso, tengo que pensar qué haremos sin Gabi, quién hará por él su pregunta preferida: “¿Qué tendrá este pueblo de mierda que nos gusta tanto, eh, a ver, díganme?”.

11 agosto 2009

Juanes habla esperanto

Por tal de justificar su concierto en La Habana, Juanes se ha montado en un discurso tan disparatado y artificial como el esperanto, aquel idioma que se le ocurrió al oculista polaco L. L. Zamenhof con la esperanza de que se convirtiera en la lengua auxiliar internacional. Si bien él es libre de cantar donde quiera y nadie tiene derecho a reprochárselo, el trabalenguas que ha armado para excusarse raya en la bobería.

El extraño caso del rechazo que ha provocado la decisión del cantante colombiano de pararse en la Plaza de la Revolución, me recuerda al de Julio Iglesias. A finales de la década de los setenta el español era muy popular en Cuba, pero fue prohibido tajantemente cuando se supo que había cantado en la fiesta de quinces de la hija del dictador Augusto Pinochet.

Como Julio, Juanes se ha convertido en un fenómeno sumamente popular gracias a una propuesta musical muy ligera y pegajosa (yo, que nunca he oído a ninguno de los dos a conciencia, me he aprendido sus estribillos a fuerza de volver a tropezar con ellos). Eso explica por qué sus discos, los de ambos, siguen vendiéndose como paquetes de chiclets.

Los cubanos que susurraban con miedo las ingenuas baladas de Julio Iglesias, deberían ser los primeros en impedir que este absurdo siga propagándose. Sobre todo para que Juanes no se vea en la necesidad de no tener que decir nada cuando trata de decir algo.

“Ir a tocar a Cuba es como imposible. Y vuelvo a lo mismo. Para mí estar aquí en Miami es duro, porque yo lo que menos quiero es ofender a los cubanos que han sufrido tanto”. Esa frase, que parece sacada del cuento de la buena pipa, basta para dejarlo cantar en paz y a coro con Silvio. Al final, caballeros, todo eso no es más que júbilo hervido con trapo y lentejuela.

06 agosto 2009

Ese airecito frío

A unos pocos metros de la torre empresarial donde trabajo está la librería Thesaurus. Aunque no tiene muchos libros que valgan la pena (hacen un especial énfasis en la autoayuda y el esoterismo), su café expreso es uno de los mejores de la ciudad. Esa es la razón por la que Luis González Ruisánchez y yo cruzamos todas las mañanas la Abraham Lincoln y nos sentamos por unos 15 minutos en la mesa del fondo (si está ocupada esperamos por ella).

Hace unos días, de regreso a la oficina, sentí ese airecito frío que tienen las mañanas del verano. Es algo muy leve que siempre se sofoca antes de que llegue el mediodía, pero cada vez que doy con él regreso de manera inevitable a las vacaciones de julio y agosto en el Paradero de Camarones.

Una de las cosas que más extraño de mi infancia es esa época en que los trenes volvían atestados de gente de los carnavales más remotos y en las matinée del cine Justo pasaban una y otra vez El Zorro, por Alain Delon, o Juventud sin vejez, una película soviética a la que le he perdido el rastro. Si pudiera volver a Cuba, esa es una de las primeras cosas que iría a buscar. Si hallo al airecito frío del verano, es probable que reaparezcan algunas de las esencias que él traía consigo.

05 agosto 2009

El día en que por poco llega

A principio de los años noventa Bladimir Zamora me cedió la bicicleta china que le asignaron en la Editora Abril. Aquella Forever negra y pesada como el plomo se convirtió en el vehículo de mi familia y en el de no pocos amigos. Montado en ella aprendí a leer La Habana desde otro ángulo y a otra velocidad. Mientras pedaleaba, descubrí recovecos, atajos y lugares inimaginables en aquella ciudad que parecía darse por vencida y comenzaba a desplomarse.

Siempre procuraba hacer recorridos diferentes para no aburrirme, pero había tres trayectos que me gustaban en particular: ir a La Gaveta, en la Habana Vieja, por el Malecón; a la casa de mis tías en el parque de La Ceiba, en Puentes Grandes, y a casa de un amigo entrañable, el pintor Eduardo Lozano, en Lawton. Cualquiera de esas travesías se convertía en una expedición que siempre tenía a Van Morrison, B. B. King o Eric Clapton como música de fondo, gracias a una vieja walkman con baterías recargables.

Un tarde, cuando regresaba de una partida de dominó en La Gaveta, una multitud me cerró el paso en el parque Maceo. Salían del abultado vientre de Centro Habana y sólo gritaban dos cosas: “¡Libertad!” y “¡Abajo Fidel!”. Me detuve por un rato, pero pudo más en mí el deseo de contárselo a Zilma. En ese momento, un grupo reducido de policías no se atrevía a romper aquella ola enardecida.

Ya se sabe lo que pasó después. Zilma y yo tratamos de volver, pero a la altura del hotel Nacional un cordón policial nos lo impidió. Los camiones cargados con la obreros del Contingente Blas Roca me recordó la escena de la Crisis de Octubre en Memorias del subdesarrollo. Eso fue lo último que vivimos de aquel día en que por poco llega lo que Willy Chirino estaba anunciando.

Lo que ahora veo en Youtube no se parece a lo que vi entonces. No tenía idea de la verdadera dimensión de la protesta. Nunca me imaginé que llegáramos a estar tan cerca en esa tarde que ahora se ve tan lejos.