27 julio 2009

Cuando perder el sueño se convierte en el sueño

El acto central por el 56 aniversario del asalto al cuartel Moncada se celebró en Holguín. Aún cuando comenzó mucho más temprano que de costumbre, no se pudo evitar que, en el momento de hacer uso de la palabra el general Raúl Castro, la concurrencia tuviera el sol en contra. “Esa sombra que ustedes tienen delante soy yo”, dijo el ahora Presidente.

He sido testigo de tantos de esos actos que no pude resistirme a la idea de ver este. Excepto en el verano de 1983, donde estuve entre los miles que acudieron al malecón de Cienfuegos para gritar “¡Viva Fidel!”, he presenciado el resto de esas celebraciones por televisión. Eso me ha permitido apreciar con lujo de detalles la (des)composición de la tribuna.

El de 2009 fue, por ley de la naturaleza, el más decadente de todos. El grupo de familiares de los héroes de la revolución está cada vez más diezmado. Supongo que casi todos han muerto. Los líderes históricos, ya muy ancianos, a duras penas lograron sostenerse en pie mientras duraba el acto cultural y el desfile de discursos. Los invitados internacionales, salvo el pastor Lucius Walker, eran irreconocibles.

El discurso de Raúl Castro fue más predecible y menos esperanzador que nunca. Poco hay que decir de esas torpes palabras donde acabó culpando a los propios cubanos de la hambruna y la miseria que los aqueja. Sólo una frase me quedó grabada en la cabeza y no fue de Raúl sino de Jorge Cuevas Ramos, el primer secretario del Partido en Holguín.

Al hacer uso de la palabra, el dirigente de la provincia donde nacieron los hermanos Castro, admitió que el más grande logro obtenido por su territorio en los últimos meses, son los desvelos que han mantenido sus cuadros políticos ante las adversidades. Cuando perder el sueño se convierte en el sueño, toda celebración es contraproducente.

21 julio 2009

Viaje a la Luna

La Luna en el Paradero de Camarones es una de las tres o cuatro lámparas que tiene el alumbrado público del pueblo. Más allá de eso, el único satélite de la Tierra sólo sirve para decidir qué día se debe transplantar una postura de aguacates o cuál es la mejor semana para cosechar los frijoles.

Cuando yo era niño los nombres de Neil Armstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins valían poco menos que el de una perra: Laika, el primer ser vivo en orbitar la Tierra. En la escuela nos habían inculcado que la proeza de los astronautas norteamericanos no era tal o, en última instancia, muy inferior a la de Yuri Gagarin y Valentina Tereshkova.

Luego, cuando el primer cubano subió al cosmos, no quedó espacio para ningún otro hito en nuestra órbita nacional. Arnaldo Tamayo acaparó todo nuestro firmamento con sus frases prefabricadas y tropelosas. Nunca más volvimos a pensar en el primer individuo que puso un pie en la Luna.

Hoy, cuando veo los homenajes que se le rinden y reconozco a Neil Armstrong, ya un anciano, al lado de Obama, pienso en toda la indiferencia que le rendimos. Aquel “pequeño paso para el hombre, pero gigantesco salto para la humanidad” es una de las tantas deudas que tenemos los cubanos con el mundo real, ese que sucedía mientras nosotros, por unanimidad, acelerábamos nuestro trayecto a un lugar muy parecido a la Luna de Valencia.

20 julio 2009

Nunca será tarde si te llamas Frank McCourt

Recuerdo como si fuera hoy el primer día que oí hablar de Frank McCourt. Yo salía de viaje y Antonio José Ponte acababa de llegar a nuestra casa de El Vedado. Venía acompañado de esas dos prendas negras de las que nunca ha podido zafarse: su paraguas y su humor. “Busca Angela's Ashes en las librerías. La leí en Lisboa y me parece una genialidad”, fue la única recomendación que me hizo antes de que me embarcara rumbo a Colombia.

Cuando volví de Bogotá ya había leído Las cenizas de Ángela. No me fue posible abandonar la lectura del libro, aun cuando tenía una ciudad por descubrir y sólo 14 días para hacerlo. Más allá del mundo alucinante y exageradamente triste de la novela, lo que más disfruté fue la escritura de Frank McCourt.

Durante más de sesenta años McCourt enseñó literatura y no publicó ni una página. Pero un buen día advirtió que no se podía morir sin contar una historia y escribió la de su vida, de un tirón tal como la recordaba. “Un libro modesto, escrito modestamente”, fue su manera de describir la novela que mereció el Premio Pulitzer en 1997.

Esa es la prueba de que nunca es tarde para intentar ser un gran escritor. Sólo hay que cumplir dos requisitos: tener algo que contar y llamarse Frank McCourt. Lo demás es cuestión de no morirse antes de acabar la obra. La noticia de la muerte de Frank la ha confirmado su hermano Malachy, que es uno de los protagonistas de Las cenizas de Ángela.

Desaparecido el autor, sus personajes ahora cuentan lo que ya él no puede. Irlanda hoy debe estar muy nublada y con toda seguridad no parará de llover en un buen rato. Ese el mejor homenaje que la patria de Frank le puede hacer a sus cenizas. Los que leyeron la novela, saben lo que les digo. Los que no lo han hecho, háganle caso al consejo que me dio Ponte hace diez años y corran a una librería ahora mismo.

15 julio 2009

Derivados del cerdo

Todas las mañana, cuando me voy al balcón con mi café con leche, abro la laptop para hacer mi rutina matutina de ejercicios informativos. Reviso los titulares y leo las cosas que me interesan en El País, El Mundo, El Clarín, El Granma y Cubaencuentro (antes también repasaba el 5 de Septiembre, pero es tan difícil encontrar en él algo con un mínimo de interés sobre Cienfuegos, que acabó por hastiarme). Luego, rastreo algunos blogs que sigo con denuedo para ver si tienen un nuevo post.

Entre los blogs hay dos que jamás me pierdo: Cambios en Cuba y La isla desconocida (sí, ya sé, sus títulos son más hipócritas aún que sus administradores, pero todo tiene su explicación). Tanto el primero como el segundo son bocinas tan oficialistas como El Granma, sólo que ellos publican lo que el órgano oficial del Comité Central de Partido Comunista de Cuba no hace por una cuestión elemental de pudor. Y eso, sin dudas, merece atención.

En esos blogs, sobre todo en Cambios… es posible hallar fotos exclusivas tomadas por los agentes de la Seguridad del Estado en su labor cotidiana de chivatearía, textos de ciencia ficción sobre las más absurdas teorías de la conspiración y los mensajes clave (así, sin ese) que la dictadura quiere filtrar en sus audiencias. Sin embargo, no todo es “compromiso” en esos blogs. De vez en cuando, sólo de vez de en cuando, sus autores se van de vacaciones.

En “Imágenes de Ciego de Ávila”, las dos galerías que Enrique Ubieta compila en La isla desconocida, nos convida a un idílico recorrido por tierras avileñas. Fachadas recién pintadas, banderas ondeantes, jardines floridos, rostros felices y, sobre todo, mucha jama. Nótese el énfasis que pone el Ubieta fotoreportero en la abundancia de derivados del cerdo. Es innegable que se sintió muy identificado con ellos.

14 julio 2009

El trono de sillas plásticas del emperador de Corea

Corea del Norte es la mezcla perfecta entre lo peor del socialismo y lo más malos recuerdos de la era medieval. En la Cuba de los ochenta, cuando todos coreábamos las canciones más felices de Silvio y Pablo, convencidos de que realmente éramos felices allí, los coreanos nos producían una rara mezcla de lástima y compasión.

Se les veía deambular por La Habana embutidos en una indumentaria incolora (el gris podría resultar un color alegre comparado con el de aquella funda de caqui), con la efigie de Kim Il-sung prendida del pecho y con la mirada clavada en el piso, tratando de impedir por todos los medios cualquier contacto con los ojos siempre provocativos de los cubanos.

Veinte años después, ambos países se han ido a la ruina. Pero me gustaría creer que en Cuba, a pesar de los pesares, tenemos un porvenir un poco más prometedor que en Corea del Norte. Nuestra dinastía luce corta y su incapacidad se hace cada vez más evidente; la de ellos, en cambio, es un misterio infinito que no sufrirá ninguna mella si Kim Jong-il por fin sucumbe al presunto cáncer de páncreas que lo aqueja.

El trono de sillas plásticas del “querido líder” con toda seguridad será ocupado por el hijo del hijo y así sucesivamente. Parece una fábula macabra, de aquellas que contaban a su regreso los primeros viajeros que llegaron hasta el lejano oriente, pero es el fruto más perfecto del culto a la personalidad, el saldo final que tiene que pagar un pueblo que deposita toda su esperanza en las manos de un ególatra insaciable.

08 julio 2009

Un almuerzo con Marianela Boán

Marianela Boán es como la materia, ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. La conozco desde principios de los ochenta. Yo acababa de llegar a La Habana, para estudiar teatro en la Escuela de Arte de Cubanacán, y ella ya era una de las más importantes coreógrafas y bailarinas de danza contemporánea en el mundo.

En aquel momento su lucidez me intimidó, ahora me desconcierta. Quedamos en almorzar juntos en Casa de Teatro. Después de los abrazos, me habló de su nueva compañía, BoanDanz Action, con la que trabaja desde hace cuatro años en Filadelfia, y de Decadere, la obra que estrenará el próximo 10 de julio aquí en Santo Domingo.

“BoanDanz Action está integrado por dos norteamericanos, dos colombianos y una cubana. Sobre esa base multicultural hemos profundizado en el concepto de danza contaminada a partir de la multimedia. Usamos cámaras en la escena, incorporando al video a la acción de la coreografía. Eso nos permite hacer múltiples reflexiones sobre la relación del ser humano con la imagen”, me explica Marianela.

La crisis mundial y las sociedades post tecnológicas son el punto de partida de la obra con la que concluye su Triología americanaFalso testimonio (2006), Voyeur (2007) y Decadere (2009)− Según Marianela, en sus más recientes trabajos no ha podido deshacerse de la cultura política, la sensibilidad social y la ética con la que se formó en Cuba.

“A mi llegada a Estados Unidos traté de hacer obras abstractas, pero no pude. Y luego, al tener acceso a las nuevas tecnologías, logré que esa contaminación que siempre hubo en mis propuestas se expandiera. La reacción infantil que provocaron en mí tantos aparatos desconocidos, tuvo como resultado algo muy sofisticado”, asegura.

Video en tiempo real. Música en vivo, producida por un DJ. Humor. Virtuosismo. Canto. Baile. Crisis… Ese es, según la coreógrafa, el modo más sencillo de describir una obra llena de complejidades, donde la danza contaminada implica un espectáculo abierto a la voz, la emoción, la imagen fílmica, la música, los gestos y las posturas cotidianas.

“Vivimos en sociedades hípercontroladas, donde constantemente estamos on line y expuestos a una cámara. Siempre se sabe dónde estamos, porque vamos dejando nuestro ‘rastro electrónico’ por donde quiera que pasamos. ¿Somos realmente libres? Esa es la pregunta que nos hacemos y el eje de nuestra investigación en Decadere”, advierte.

Tuvimos que parar de hablar. Yo debía regresar a Newlink para una reunión con un cliente. Ella y Raúl Martín tenían que conseguir una mesa para la escenografía, montar las luces, las pantallas y las cámaras. Los espero el viernes en Casa de Teatro. El estreno mundial de Decadere es la excusa ideal para seguir dialogando con esta mujer que usa a la lucidez como medio de transporte, aunque eso intimide o desconcierte.