15 julio 2008

La nube negra

Nadie ha podido entender esa nube que le cae encima al pueblo por las tardes. Unos creen que es el humo de la zafra y otros dicen que es la noche, pero como no hay manera de verlos por separado, de dividirlos, la duda crece y poco a poco lo va oscureciendo todo.
La mayoría de las historias que se cuentan del Paradero de Camarones suceden en esta época. Por eso muchos han llegado a pensar que el pueblo no existe el resto del año. Antiguamente los años eran más cortos aún, porque los ingenios esperaban por los días más fríos de febrero para empezar a moler. Pero después que pasó la zafra del 70, a partir de la última quincena de diciembre el cielo se llena de bagacillo y las mujeres vestidas de blanco procuran caminar a favor del viento.
La noche de zafra es demasiado larga y aquí, que se oyen sus rumores por todas partes, es más larga que en ninguna otra parte. La oscuridad entra por el andén con los pitazos que dejan sobre el campo los ingenios y si uno no se asoma, parecería que es una locomotora de vapor lo que está pasando.
Cuando la parte más densa del cielo se aplasta sobre la tierra, Felo López sale a encender las luces de los cambiavías de la línea principal y del ramal Cumanayagua. En una mano lleva un farol araña y en la otra una lata de aceite carbón llena de estopa. Felo López está doblado como una herradura y camina con mucho trabajo, de atravesaño en atravesaño, para no lidiar con las piedras.
Él nunca se ve, sólo se oyen sus tropiezos y los ladridos de Sombra. Las luces de los cambiavías limitan al Paradero de Camarones y hacen un triángulo a su alrededor a partir de tres puntos: EL Paso a Nivel, el Crucero de Ciprián y la Vía Estrecha.
Desde cualquier parte pueden verse esas marcas verdes y rojas, en ellas se dejan de oír los ocho campanazos del cine Justo y los rugidos del león que siempre aparece al principio de cada película.
Cuando amanece, Felo López y su perro hacen el mismo recorrido, entonces el viejo apaga las luces y limpia los cristales. A esa hora ya se ven, pero la gente se ha ido acostumbrando a que sólo se oigan tropiezos y ladridos. A partir de ese momento es difícil señalar dónde empieza y dónde se acaba el Paradero de Camarones, hay que esperar a que vuelvan la nube negra y el olor a caña quemada, para que el triángulo de marcas verdes y rojas lo limiten otra vez.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

acabo de leer "la nube negra", me gusto. te confieso q me enteré de tu blog hacía rato pero no lo había chequeado (el fogonero...). viéndolo me percaté que tienes mucho que ver con los trenes y pensé en recomendarte una película que seguro ya viste pero si no lo has hecho podrás seguramente disfrutar: el agente de la estación. es del 2002 o algo más o menos, búscala por cine independiente (transcurre en new jersey).

buena suerte,
eduardo

Anónimo dijo...

Camilo, por una amiga de una prima tuya de Santa Clara me llegó tu libro de poemas publicado en Betania. Aún no sabria explicarmelo, o quizás no lo necesite, pero tanto desgarramiento por pérdidas que están más allá de cualquier inventario, yo desde aquí, sin siquiera moverme de esta geografía -que a veces tengo la duda de que sea imaginaria- los he sentido, por tanto me conmovió mucho tu libro y desde aquí te lo agradezo. Un abrazo, aristides

Anónimo dijo...

Camilo, me imaginaba que era un filme que te venía como anillo al dedo, me alegro que puedas tenerlo (yo también tengo mi copia). Supongo debas estar enterado de los Hobo Film Festivals, yo la verdad no he podido ir (a pesar que aqui en Halifax tuvimos uno este año) pero es un evento hecho a la medida de gente como tú, aficionados al ferrocarril.
Saludos,

Maykel dijo...

Fogonero, ya mandé al guardagujas Adrián a tu paradero y creo que se han enfrascado ustedes en la eterna disquisición sobre los melones y las casas de guano, las estaciones muertas a la vera del camino, y todo lo bucólico que todavía contiene esta naturaleza muerta del ferrocarril insular.
Sabía que iban a entenderse muy bien, pues hablan ustedes la misma lengua de los fierros.
He cumplido una parte de mi misión, la otra es leerte, seguir leyéndote, aunque yo no sepa de patos ni de las bestias rusas sobre paralelas. Es que me engatusas con esta nostalgia, que toda me huele a ruina. El sitio donde, como decía María Zambrano, "la ausencia es mayor que la presencia".
Sigue fogonero. Hacia el poniente.
Yo voy a pie por el camino de hierro, como el que no pudo pagar su boleto, ramal Concha arriba, hasta el mar.
Allá nos vemos.